García Lorca en Buenos Aires (Capitulo 1)

19 de octubre de 2023
4 minutos de lectura
Capítulo I Es imposible olvidarlo En agosto de 1936 Federico García Lorca, como un elefante de cristal, se fue de Madrid buscando  el sitio de la muerte.
Estatua de Federico García Lorca. | Flickr

Capítulo I

Es imposible olvidarlo

En agosto de 1936 Federico García Lorca, como un elefante de cristal, se fue de Madrid buscando  el sitio de la muerte. Llevaba por equipaje la esperanza de que en Gra­nada el agua incansable del Generalife, los verdes de la Vega y el vientre de doña Vicenta, lo escondieran de aquella lo­cura desatada que fue la guerra civil española. Pero en Grana­da se habían afilado todas las navajas para recibirlo.

En la mitad del barranco

las navajas de Albacete

bellas de sangre contraria

relucen como los peces.1

Y en un barranco de Víznar se quedó dormido. Escribe Marcelle Auclair que ni siquiera había luna aquella noche.

“La navaja, la navaja. . . Malditas sean todas y el bribón que las inventó”. . . 2

Porque fueron navajas, fueron hachas de envidia, los tiros que mataron a Federico.

Coraje para luchar

Por cuatro razones la historia no puede olvidarlo. La pri­mera porque tuvo el coraje de luchar contra sí mismo dete­niendo la tristeza honda, murmullo constante de su corazón, para que sólo se viese la alegría de su risa. Como a Santa Te­resa, en esto el Señor le había dado gracia: en dar contento adondequiera que estuviese3. Pero este contento que ofrece Federico a sus amigos no es un río natural como en la santa carmelita, sino un cauce trabajado desde el tormento de su propia contradicción. Había nacido para el amor y no encontraba su desembocadura. Llevaba el amor en la mano como un palomo a estrenar hasta que, cansado de no poder mostrarlo, se le volvía huraño por las miradas y tenía que seguir escondiéndolo con una huella de sangre debajo del ala.

Nadie tenía por qué saber su íntima angustia, el torbellino de sus otras navajas: “Creo que mi sitio está entre los chopos musicales y estos ríos líricos, que son un remanso continua­do, porque mi corazón descansa de una manera definitiva y me burlo de mis pasiones que en la torre de la ciudad me aco­san como un rebaño de panteras”.4

Federico García Lorca buscaba la alegría para nacerla y rega­larla. Y el mundo miraba su extrañeza como cuando se mira a un hijo recién nacido olvidando a la madre. Su júbilo era el desafío que le planteaba a su dolor, la cosecha imprevista de sus puñaladas.

Cuando Vicente Aleixandre escuchó del propio poeta sus Sonetos del amor oscuro, tuvo que exclamar casi en trance: “Federico, qué corazón. Cuánto ha tenido que amar, cuánto que sufrir”.5

Pero Federico salta de sus raros ensimismamientos a la car­cajada contagiosa, imita con una servilleta las barbas de Valle-Inclán, interpreta al piano a clásicos o modernos, canta bajito las coplas de Andalucía que escuchó a sus sirvien­tas y transforma en risa todo lo serio. Como si la vida fuera para él sólo una travesura con la que hay que divertirse. A su lado no había dolor, sino el suyo, y escondido. Neruda, por poner un ejemplo entre infinitos, nos dejó escrito: “Fe­derico, que me hacía reír como nadie y que nos enlutó a to­dos por un siglo”.6

Primera razón, servicio de caridad, ejemplo de lucha, por la que no podemos olvidarlo.

Los amigos del 27

Por ser capitán de su grupo, jefe indiscutible de aquella ge­neración poética que miraba de reojo a Juan Ramón y a los hermanos Machado, Federi­co García Lorca es también inolvidable.

La generación del 27 fue un nuevo tiempo de oro que ilumi­nó al mundo con su esplendor poético y con el desenfado de su risa inocente. Lorca, Guillén, Cernuda, Aleixandre, Manolito Altolaguirre, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Miguel Her­nández, José Bergamín, Emilio Prados, Alberti. . . fueron lle­gando de sus certidumbres hasta ser expresión de una España que se definía a sí misma en el Quijote y que no podía es­tar callada mucho tiempo.

Todos los granadinos conocían “la locura del agua” del Generalife, pero pocos sabían contarlo. Córdoba, tan romana y tan mora, vivía callada y quieta sobre el Guadalquivir. Los sevillanos se asomaban curiosos a aquel palacio, con fuente y limonero, donde había nacido don Antonio. Y Castilla era una llanura de hambre esperanzada. Toda España es entonces un espejo grande agrietado por las emociones que habrán de ver la luz en la voz alegre de estos muchachos.

Tomados de la mano, llenos de asombro, sin envidias destacadas ni in­fluencias, les sorprendían las luces del alba con un verso nue­vo, con un racimo de sueños que les servían de alimento. Así fueron naciendo Cántico, Romancero de la novia, Marinero en tierra, Perito en lunas, Espadas como labios, El cohete y la estrella, Poema del cante jondo. . . Gritos de una España helada por el desencanto pero firme en el amor. Una España con ternura de siesta pero capaz de envolverse en un perfume o en unos ojos de encantamiento y olvidarse, por eternos momentos, de la rabia y de la idea.

Estos muchachos, nacidos a la sombra de Góngora7, van tomando concien­cia de grupo, o más bien conciencia de amigos, enredados en la magia de Federico García Lorca. Dalí confirma lo que digo:

“Comencé a huir de Federico y del grupo, que se convertía cada vez más en su grupo. . . Nos paseábamos por la Castellana para ir al café en donde teníamos costumbre de reunimos. Yo sabía que Lorca brillaba como un diamante de fuego y, de pronto, se marchaba corriendo y desaparecía durante tres días. Únicamen­te Lorca me impresionaba. Personificaba él solo el fenómeno poé­tico en su totalidad, en carne y hueso, confuso, sanguinolento, viscoso y sublime, palpitante de mil hogueras oscuras y subterrá­neas, como toda materia apta a encontrar su forma original. . . Cuando yo sentía el fuego, incendiario y comunicativo de la poe­sía de Federico levantarse en llamaradas locas y desmelenadas, trataba de dominarlo y de apagarlo con la rama de olivo de mi prematura vejez anti-Fausto.8

Lorca brillaba como un diamante de fuego. . . diamante que dejó su luz en aquellos jóvenes cultos de entonces y que hoy, Parnaso en la memoria, siguen dejándonos sus versos mezclados con entrevistas, ensayos, artículos, que hablan con violenta nostalgia de Federico García Lorca. No han podido olvidarlo.

1 Comment

  1. He leído un libro que compré em Montevideo sobre los tiempos de Lorca en Argentina y Uruguay: “El Amante Uruguayo”, de Santiago Ronagliolo. Muchísimo interesante. Visité, cerquita de Granada, la casa donde nació Lorca. Y leí muchísimo sobre lo que pasó con el…y es mucho más que la propaganda política reescrita sobre su biografía (real). Un hombre maravilloso.
    Abrazo.
    Jorge Santos

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