Flores

1 de noviembre de 2022
1 minuto de lectura
Fuente: Pixabay

Ahora, la mayoría deja escrito en el testamento que prefieren ser incinerados, aunque luego nadie sabe qué hacer con las cenizas porque en las familias suele haber división de opiniones: que si arrojarlas al viento, que si a las aguas. Sólo los que de vez en cuando nos asomamos a los olivos, tenemos la sensación de que cualquier polvillo es el polvo que somos, el polvo enamorado que según Quevedo es el hombre. O el polvo por enamorar que, como se está viendo, parece que muchos han dejado el amor para más adelante.

Pero lo normal, lo de siempre es que llevemos a nuestros muertos a los cementerios, a su estrechura de sombras, a fin de que cada dos de noviembre, o cuando arrecie el clamor de la memoria, vayamos a los nichos a recordar con ellos/sin ellos los gestos familiares, las palabras de los buenos consejos, los enfados o las risas… hasta se hace el esfuerzo de retintar la cara que ponían cuando ellos lloraban por los otros muertos, o se preguntaban en las fechas obligadas de la Navidad: Quién vivirá para la próxima.

Al cementerio no nos lleva tanto el recordar a los que amamos como a preguntar por los destinos que ellos no pudieron cumplir, porque se me hace que la mayoría de los que allí descansan no son más que un puñado de promesas, un grito que sólo ya la eternidad escucha. A los cementerios vamos a por vida, a constatar que estamos vivos: de las flores hemos aprendido que el porvenir es la muerte. En el Panteón de Infantes de El Escorial una lápida de mármol blanco enseña el dibujo de una margarita con el tallo quebrado… antes de que la infanta Margarita se hubiese iniciado en el camino de la felicidad, le quebró Dios la vida para enseñarle a vivir de otra manera. Antes de llegar a los sueños nos morimos, ¿o es que sólo muriendo se puede llegar a ellos?

Bueno es llevar flores a los que se nos fueron y acaso ya no podamos reconocer en el Paraíso, pero mejor es llevar flores a los que todavía están con nosotros: las flores de la atención, de la compañía; disfrutarlos ahora, que sólo piden el aroma de nuestra presencia; ahora, que sólo reclaman un poco del tiempo que nos falta para cubrir un poco el tiempo que les sobra. Llorar más tarde, llevarles flores luego puede que no sea ni decente, si con ellos no supimos ser familia en toda esa larga cinta de la vida, en la que nadie había partido aún el tallo de las margaritas.

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