FISCALES Y ÁNGELES DIVERSOS

18 de octubre de 2022
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fiscales
Manga de un traje de fiscal. | Fuente: Eduardo Parra / Europa Press

Yo siempre he visto a los fiscales como ángeles de doble ala, poniendo orden en este jardín de descuidos, que es la vida

Muchos de los argentinos que viven en España vienen ya curados, en sus propias anomalías, de cualquier extravagancia jurídica que les quede por ver. Hablando con Luis, un abogado porteño de lujo que vive entre nosotros, se dejó caer con una especie de milagro que me había pasado inadvertido:

-Tú, que tanto defiendes la justicia y prefieres a veces que reine la paz en tu palabra antes que el dolor de la verdad, dime, duende amigo, si te has fijado en que jamás un fiscal estuvo en la cárcel por dolo, cohecho, prevaricación o abusos…

La verdad es que no se me había ocurrido. Yo siempre he visto a los fiscales como ángeles de doble ala, poniendo orden en este jardín de descuidos, que es la vida. Sí, es cierto que alguna vez me he podido sentir indefenso ante su potestad de decidir sobre lo humano y lo divino y las haciendas de cualquiera, con sólo sospechas de delito. Luego, tras el juicio, resulta que muchos de los que ellos señalaron culpables eran inocentes. Aunque quizá lo hiciesen por el celo de su responsabilidad, sin entender ellos que pudiera derivarse en la humillación que siempre queda, como un sello, sobre la persona y sobre el alma de toda la familia.

-A ellos, sin embargo, –sigue Luis empeñado en trastocar mi aprecio a estos servidores de la Ley–, no se les conoce delito. Fíjate, está demostrado científicamente que en todas las organizaciones humanas, existe, al menos, el dos por ciento de desviados. En la Iglesia, en la Medicina, en la universidad, en cualquier estamento existe un porcentaje de descarriados… en los fiscales de España no. Ni uno.

-Porque son ángeles, Luis, le contesté, que sólo detectan desde su altura las torpezas de los demás. Ellos se lavan entre sí sus alas con el jabón celestial y de esa manera se balancean impolutos, adaptados a los compases del viento.

-Sólo deseo de corazón –concluye el abogado y amigo, sabiéndose frustrado en su tesón de cambiar mi pensamiento sobre los fiscales–, que Dios conceda a estos ángeles laboriosos tardes libres para jugar. Lo dejó así escrito Emily Dickinson. Yo añadiría a su anhelo  –insiste– más jornadas de descanso para algunos, más quietud en sus empeños. Quizá una conveniente jubilación anticipada.

-No me contamines, Luis, no, que me influencias.

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