Asisto con delectación al acabamiento de Podemos. Aquello de la Puerta del Sol, sus consignas de hermandad revolucionaria, las tiendas de campaña donde cabían todos asomados a las mañana para ver, juntos, un horizonte de auroras transformado. Aquello, digo, es hoy un esperpento colgado en las farolas, agujereado por el pico de los cuervos que ellos mismos criaron.
Los partidos políticos van cayendo, unos antes otros después, según se descubra en su quehacer la falta de autoridad. “No hay cosa más difícil que el mandar bien”, refería Diocleciano. La autoridad es la clave para el buen gobierno, es decir, la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se vive y lo que se ofrece… Podemos llenó de abandonos la plaza más emblemática de España ofreciéndonos el oro y el moro. Como suele suceder, se quedaron con el oro y nos dejaron al moro, con los ojos abiertos, esperando destino. Al ser sus mentiras más grandes que las de los demás, han caído antes. A los otros, con los colmillos retorcidos, algunos años más les quedan: espero que no sean demasiados.