Hoy: 25 de noviembre de 2024
La inseguridad que padecemos es responsabilidad compartida, porque la violencia nació en casa, en la escuela y en el trabajo
En casa, muchos padres de familia cultivan su vida diaria con gritos, amenazas y golpes, alejados del diálogo y la paciencia. Esa actitud negativa se va heredando y los niños aprenden a ser violentos.
En ese camino se agrega la indolencia de no facilitarles la educación. El apapacho es tanto que, en vez de enseñarles a trabajar, los empezamos a consentir para que no interrumpan la comodidad. En la escuela, los padres de familia empezaron a entrometerse con el trabajo de los profesores, cuestionándolos en los métodos de enseñanza, en el contenido de los libros y les han impedido que se aplique la disciplina para formarse profesionalmente. Esa intromisión solo ha vulnerado la formación y educación de los niños y jóvenes.
El resultado de la indolencia en casa y las limitaciones en la escuela lo vemos en el trabajo. Algunos jóvenes llegan exigiendo un buen sueldo, pero aportan pocas capacidades y se desaniman rápido. Se aburren y se enojan por la exigencia de productividad, por ello se registran muchas deserciones laborales. Sin embargo, las necesidades de vida crecen y muchos jóvenes, desesperados por el empleo mal pagado, buscan obtener ingresos por varios caminos. En ese tránsito encuentran ofertas y tentaciones delictivas. Muchos se van por el camino equivocado sin reflexionar en las consecuencias. La realidad es que un camino ilegal tiene como fin el panteón o la cárcel, y si se contaminan con el consumo de drogas, terminan en los centros de rehabilitación como vegetales vivientes.
A esa espiral se suman las redes sociales en los dispositivos electrónicos, donde se observa y escucha gran cantidad de información confusa. Visualizan a toda hora el celular, que emite una gran cantidad de luz que ingresa al cerebro a través de las pupilas de los ojos. Estos se esfuerzan dilatándose o contrayéndose de manera constante para limitar o facilitar el flujo de luz, lo que daña la sensibilidad sensorial. Las letras tan pequeñas y dinámicas originan que los ojos se dañen de manera acelerada.
A esos textos se agregan las fotografías y videos que socavan la capacidad de imaginar y crear del cerebro, porque los mensajes ya están graficados.
Además, los videos pornográficos violan de manera virtual y temprana a los niños y jóvenes, porque generan el líbido y provocan sensaciones de energía incontroladas que el niño y adolescente no pueden liberar. Cuando lo hacen, empiezan con el acoso sexual de las niñas y niños donde se encuentren, hasta llegar a la violación física. Por ello, las estadísticas negras de violaciones y embarazos no deseados crecen de manera alarmante en el hogar, escuela y en el trabajo, porque los jóvenes masculinos e, inclusive, algunos padres o familiares son partícipes de este fenómeno irracional.
En suma, la desatención en casa, en la escuela, la gran cantidad de información tergiversada, los videos sexosos y la música que hace apología del delito, han creado el terreno fértil para cinco enfermedades naturales que han montado al caballo del apocalipsis, empezando con la SOLEDAD, seguido por el VACÍO, la INDIFERENCIA, la INTRANSIGENCIA y la PERDIDA DE CAPACIDAD DE ASOMBRO.
El contacto diario con el mundo virtual de los textos, fotos, videos y canciones ha convertido en ermitaños y enajenados a los niños y jóvenes. Ya no quieren hablar, escuchar, mirar a los ojos, razonar y menos leer. Después de abandonar el mundo ficticio de las redes, regresan a su realidad y se sienten SOLOS, al observar que tienen que comer, trabajar, satisfacer sus necesidades fisiológicas, físicas y familiares. Se decepcionan y se deprimen porque dependen del ambiente y amistades virtuales. En ese abismo irreal, todo parece simple. Solo se requiere hacer tonterías y todo el mundo les aplaudirá sus travesuras. Eso les llena el alma y el corazón de satisfacciones, es decir, un mundo ficticio.
El VACÍO se origina después de un ambiente de fiesta. Al inicio, algunos jóvenes empiezan una intercomunicación superficial. En el punto de reunión se mantienen de pie observándose unos a otros sin tener nada fijo, moviéndose al ritmo de la música, sin hablar nada coherente ni concreto, solo muestran expresiones corporales que solo ellos entienden.
Poco a poco se va agregando el contenido de la música que halaga a delincuentes y se enajenan con ellos. Se suma la música sexosa y se dispara el lívido, despertando las pasiones nocturnas. Esas circunstancias empiezan a demandar alcohol, más alcohol, cigarro tradicional y de vapor. Conforme el tiempo transcurre, el ambiente crea el espacio para el consumo de drogas, embriagados por la enajenación de la compañía, la música, la droga y el alcohol hasta convertir en caos la reunión. Sin embargo, todo lo que empieza, termina. Al siguiente día, el VACÍO predomina, el arrepentimiento y la desvalorización de la dignidad le dan vida. Ese estado de ánimo acentúa la SOLEDAD y la depresión.
La INDIFERENCIA se observa cuando los jóvenes dejan de valorar las ideas, las palabras, los actos, las cosas y las personas. Todo les parece simple e irrelevante, porque en su mundo virtual se impregnan de ideas tergiversadas. Al ver que una persona de un día a otro se vuelve exitosa, influenciando a mucha gente con sus actos que a la razón parecen laxos, la atención de millones de seguidores a personas de esa categoría les genera ingresos económicos extraordinarios, creándose un estatus deseado por todos. Por eso, cada joven invierte todo su esfuerzo, inteligencia y creatividad en conquistar ese estatus engañoso de influencer. Al final, regresa a su realidad y, al contrastarla con su fantasía, ya no encuentra más valor que lo que ve, escucha y siente del mundo virtual. Se forma un niño y un joven indiferente de la realidad racional.
Antes del año 2000, el cerebro del ser humano era como un vaso con agua. Se llenaba con la información individual, familiar, de la vida social y los medios de comunicación. Tenía capacidad de imaginar, crear, se esforzaba por entender, había voluntad para leer, escuchar, platicar y convivir sin tantas estimulaciones emocionales. Algunos niños y jóvenes con energía sobrada tenían la necesidad de visitar al psicólogo e inclusive al psiquiatra para equilibrar sus conductas disparadas. La violencia en casa, en el trabajo, en la escuela y en las calles era una novedad, controlada y sancionada por la autoridad y la misma sociedad.
Sin embargo, con la explosión del internet y las redes sociales, el cerebro colapsó con tanta información variada, constante y abrumadora de videos con multiplicidad de colores e intensidad de luces que atormentan la vista y la tranquilidad de la paciencia. Ahora, LA INTRANSIGENCIA está a flor de piel. Solo basta un comentario, un rozón, un grito o un sonido para bloquear la razón y dejar salir la intransigencia. Ahora es más fácil que una persona se enoje y haga uso de la violencia para dirimir diferencias, e inclusive se ha llegado al extremo de las armas de fuego y el desmembramiento de cuerpos, poniendo de manifiesto la parte salvaje del ser humano.
La PÉRDIDA DE CAPACIDAD DE ASOMBRO es la suma de los efectos de la soledad, el vacío, la indiferencia y la intransigencia, en donde el adolescente y joven ya no encuentran el valor de la razón, del diálogo, de la negociación, de la convivencia, de las cosas, de las personas y menos de la vida. Es un camino al abismo del suicidio, es la degradación de los valores éticos y morales, es el camino a la perdición en las entrañas de un vicio o de un ambiente de violencia extrema, donde la ANARQUÍA como forma de vida se observa a corta distancia.
NO OBSTANTE que una parte de la sociedad ya está contaminada por esas enfermedades, aún hay medicamentos que pueden atenuarlas.
Regresar a la práctica de los valores que aprendimos en casa pueden matizar el impacto negativo.
La convivencia familiar, la platica incluyente de todos los asistentes, pero sin celular, escuchar toda platica o anécdota sin importar el contenido, saludar de mano y de abrazo a todos los presentes, mirarse a los ojos como una fórmula para sacar a través de ellos la tristeza y la alegría, cultivar la paciencia cuando se originan diferencias, pensar de manera positiva y creer que todo ocurre por algo.
En ese sentido, volver a leer textos sin gráficos, para construir mentes creativas, enseñar a trabajar a los niños y jóvenes, desde tender su cama, asearse, arreglar su mochila de la escuela, barrer, trapear, lavar ropa, platos, poner la mesa y ayudar a los adultos en todas sus actividades para acostumbrarlos a trabajar en equipo
Seguir practicando deportes para disciplinar la mente, el cuerpo y tener buena salud y condición física.
Practicar diario los indicadores fundamentales de la disciplina, como la puntualidad, limpieza, orden, iniciativa, la voluntad, actitud, pasión, el respeto, saber obedecer para saber mandar, la práctica constante de estas conductas motivan el alma y el corazón, con energía positiva para lograr sus metas y objetivos de corto, mediano y largo plazo.
El cambio de hábitos facilitará la transformación de las conductas negativas y se crearán actitudes positivas que construyen la mejor versión del ser, pero más repotenciado por los conocimientos y experiencias aprendidos, con más claridad en el horizonte que se confunde en esta sociedad inmersa en un ambiente de incertidumbre.
*Por su interés reproducimos este artículo firmado por Dr. S.A.A publicado en Diario de Chihuahua