Estos días se anticipa la primavera como una adolescente que quisiera lucir sus primeros tacones y aprender del jardín sus nacientes miradas. Al sol, las manos queman y las flores, acostumbradas al frío, reclaman abanicos… El sentido común de este país está desesperado, no sólo por el clima, sino porque a algunos de sus ministros les molesta, les duele más bien, que existan españoles ricos. Su trabajo consiste en buscar la forma de acribillarlos a impuestos, de limitar los altos salarios de los directivos, de despreciar su creatividad e inteligencia.
Señores ministros: Los ricos no son malos por serlo, sino cuando se vuelven codiciosos e incapaces de compartir sus abundancias. Los creadores de riqueza constituyen la esperanza del bienestar común.
El evangelio está lleno de ricos, como Zaqueo, que entendieron la mirada de Jesús y comenzaron la generosidad de una vida nueva. No despreciaron su riqueza, abandonaron su egoísmo.
Entre los acaudalados españoles tenemos algunos, bastantes, de manos abiertas y cumplidos tributos. Como también dice el evangelio, si ustedes no consiguen ser buenos, señores ministros, sean al menos inteligentes.