El hogar, ese núcleo primario de la sociedad, siempre ha sido un microcosmos de poder. Históricamente, el modelo social tradicional de roles asignó al hombre el rol principal de proveedor económico y, consecuentemente, el de la autoridad incuestionable dentro del hogar. Sin embargo, en el siglo XXI, este paradigma ha entrado en una profunda revisión y transformación debido a la plena incorporación de la mujer en la esfera pública y, más crucialmente, en la esfera económica. Hoy, el título «En casa de mujer rica, ella manda y ella grita» trasciende la anécdota popular para convertirse en una metáfora sobre el cambio de roles, la redistribución del poder doméstico y, en ocasiones, sobre los desafíos inherentes al liderazgo femenino cuando este se ejerce desde una posición de superioridad financiera.
Cuando una mujer es la principal o única fuente de riqueza en el hogar —la «mujer rica» del título—, la balanza de las decisiones se inclina inexorablemente hacia su lado. La independencia económica es, para todos los géneros, la base de la autonomía. En el contexto de la pareja, donde el poder solía estar implícitamente ligado a la chequera, quien genera los recursos es quien suele establecer las normas. Esta nueva dinámica no solo redefine quién elige la marca de electrodomésticos, sino quién determina la educación de los hijos, las inversiones familiares o, incluso, el tiempo y la libertad de los demás miembros. Como bien lo encapsuló el fenómeno cultural, «las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan», declarando un nuevo pacto de autosuficiencia y resiliencia económica.
El verbo «mandar» en este contexto es una traducción directa del empoderamiento financiero. Ella no pide permiso, notifica. Ella no sugiere, decreta. Este ejercicio del poder, legítimo por su aporte, sin embargo, se enfrenta a resistencias culturales arraigadas. Los roles de género persisten en el subconsciente colectivo y a veces, en la reacción de su pareja o familia. El hombre que se siente desplazado de su rol de «cabeza de familia» puede manifestar inseguridad, lo que obliga a la mujer a reafirmar su posición con mayor firmeza, o lo que el título evoca, a «mandar» de forma más contundente.
La segunda parte del título, «ella grita», es la que invita a la reflexión más profunda y crítica. Grita, quizás, porque su voz, aun respaldada por el dinero, sigue siendo desestimada por inercia cultural. Grita porque la carga mental de la planificación y la provisión, sumada a las expectativas sociales de la gestión doméstica, se vuelve insostenible. El dinero le da poder en la calle y en el mercado, pero no siempre le exime de las responsabilidades de género en la casa, creando una doble jornada de liderazgo y gestión.
Sin embargo, el «grito» también puede interpretarse como el uso de un poder que, al ser nuevo, no siempre se ejerce con la sabiduría de la experiencia o la ecuanimidad de un liderazgo compartido. La riqueza puede ser una herramienta para la tiranía tanto como para la liberación. Si el poder económico se utiliza para humillar, dominar o silenciar al cónyuge o a los hijos, se convierte en una reproducción de los peores vicios del autoritarismo, simplemente cambiando de figura central. Un liderazgo efectivo, incluso en un hogar sostenido por una sola persona, requiere respeto, delegación y una comunicación que se construya sobre la base del diálogo y no del monólogo autoritario.
El desafío contemporáneo para la mujer que lidera económicamente su hogar no es solo acumular riqueza, sino transformar esa riqueza en una plataforma para un liderazgo doméstico más justo, negociado e inspirador. Su «mando» debe provenir de la competencia y el amor, no solo del capital. Su «grito» debe ser de celebración por la autonomía conquistada, y no de frustración por la soledad de la carga o el abuso del poder. La casa de la mujer rica tiene el potencial de ser el modelo de un nuevo hogar, donde el poder es fluido y no estático, y donde la influencia se gana a través del respeto mutuo y la contribución, independientemente del género.
«Lo que las mujeres aún tienen que aprender es que nadie te da poder. Simplemente hay que tomarlo.»
— Roseanne Barr
Dr. Crisanto Gregorio León
Profesor Universitario