Estamos tan hechos a los despilfarros del Gobierno que ya ni nos duele pagar tantos impuestos para financiar ocurrencias donde los amigos puedan llevarse una porción de la tarta milagrosa.
Leo que el ministro de Transportes va a gastarse cuatrocientos sesenta mil euros en “gestionar las emociones de los contribuyentes”. Desconozco cómo puede eso medirse o contabilizarse. La emoción es cosa del alma que se ensancha por un beso enamorado, ante un concierto de Mozart o frente a una organización que redime las angustias de migrantes o pobres. Pero dudo que nadie pueda emocionarse ante la impuntualidad de los servicios ferroviarios o la promesa incumplida de que Extremadura pueda gozar de trenes que lleguen a su hora y recorran con velocidad la geografía.
Desde luego puedo asegurar personalmente que mi emoción ante la persona, la palabra y el pensamiento del ministro, es incalculable. La gestión sobre mis sobresaltos emocionales, puede ser empleada para otra chuchería que contribuya a mejorar la vida en común, por ejemplo, por qué algunas palmeras están torcidas y otras se lanzan derechas buscando las estrellas. ¿O será que unas sí y otras no están emocionadas?
pedrouve