En los viejos cafés de las sabrosas tertulias se iba, sobre todo, a compartir los desencantos de la obra teatral sin éxito, de la esposa o del marido fugitivos de la familia por un amor desbordado o, en casos extraordinarios, por un encuentro inolvidable, como el que sucedió en el Tortoni donde se conocieron García Lorca y Neruda, ajustando en el humo de los cigarrillos la prevalencia de sus poemas.
En la Avenida de Mayo, la arteria más española de Buenos Aires, el Tortoni continúa embelesando la nostalgia que acumulan sus viejos sillones rojos, arañados por el tiempo y confidentes de sueños incumplidos. Como los nostálgicos zaristas se reunían en el parisino Café de la Rotonda, conspirando en contra de los revolucionarios, en el Tortoni sólo se busca ahora el vaho de la inteligencia en los espejos o, en todo caso, el sombrero del Borges imposible, temblando en el perchero.
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