Hemos vivido y vivimos un tiempo de tonteo y tanteo en el que se ha entronizado la soberbia de Pedro Sánchez, se ha consolidado el liderazgo de Feijóo dentro y fuera de su partido, y asistimos perplejos a la evidencia de la mentira como un hecho político naturalizado
Tras la fallida investidura de Alberto Núñez Feijóo, hemos entrado en la segunda fase de este espectáculo circense de la política española en la que el Rey designará ahora al socialista Pedro Sánchez para formar gobierno.
Desde las elecciones llevamos cuatro meses de tanteo y tonteo en el que se han caído las caretas de unos y otros, unos para bien y otros no tanto.
Hagamos un poco de memoria para ver qué ha sucedido desde aquel 23 de junio en el que el PP ganaba las elecciones, pero sin el apoyo necesario para formar gobierno, y el PSOE se relamía con la oportunidad de repetir mandato, aunque para ello tuviese que traicionar principios y mentir sobre cuanto dijo antes de los comicios.
Si tuviésemos que destacar tres ideas de este tiempo de mareas una sería la entronización de la soberbia, la del presidente en funciones Pedro Sánchez; otra la consolidación del liderazgo del presidente del PP Alberto Núñez Feijóo dentro y fuera de su partido pese a perder la investidura; y por último la constatación de la mentira como un hecho político naturalizado que bebe en las fuentes de Maquiavelo.
Falta de respeto
Hemos asistido a la entronización de la soberbia de un dirigente socialista que ha tenido una absoluta falta de respeto con las instituciones y a los españoles al negarse a contestar al candidato del PP durante el debate de investidura.
Mientras Feijóo hablaba desde la tribuna de oradores, él se limitada a curiosear con el móvil, hablar con su vicepresidenta Nadia Calviño o sonreír de forma burlesca las palabras del líder de la oposición, que por cierto ha tenido más votos que él en las elecciones.
Su silencio lo ha aprovechado bien Feijóo para recalcar que al no hacerlo no tenía que dar explicaciones sobre asuntos como la amnistía o el referéndum independentista. Para ello Sánchez decidió que saliese a la tribuna un payaso faltón, de discurso agresivo, con ocurrencias que divertían a la bancada socialista.
Se han perdido las formas en un lugar sagrado, el Congreso, y se ha agravado el distanciamiento entre las dos formaciones políticas más importantes de este país, cerrando por completo la puerta a acuerdos de Estado necesarios para la supervivencia del Estado de Derecho y la vigencia de la democracia del 78.
Eso es una mala noticia, malísima noticia cuando se actúa por motivaciones personales más que por necesidades sociales y este país no está para aguantar personalismos suicidas.
Ha coincidido, además, con la falta de respeto y la desconsideración hacia personajes como Felipe González o Alfonso Guerra, que fueron los impulsores de la democracia española junto a otros dirigentes con la altura política a la que no llega hoy ni en sueños el tal Sánchez.
Desde el círculo de palmeros agradecidos en el club sanchista se ningunea el discurso crítico de González o Guerra, entre otros muchos históricos, y se da a entender que no tiene valor porque son cosas de ‘mayores que chochean’, cuando en realidad las palabras de ambos dirigentes socialistas son las de la experiencia y la sabiduría que da la perspectiva sobre las cosas, es decir el sentido común.
A algún otro como a Nicolás Redondo, se le ha expulsado sin más por decir lo que Sánchez clamaba hace dos meses. En este PSOE ya se aplican las purgas cuando se discrepa, pero en realidad el que discrepa de sí mismo es el propio presidente en funciones que es el que ha cambiado de parecer.
Apoyo al ‘mesías’
En las últimas horas los secretarios provinciales del PSOE han cerrado filas con su mesías y lo han animado a seguir y hacer lo necesario para renovar el poder. Quiero pensar que esa idea no tiene nada que ver la continuidad de la mamandurria pesebrera de cargos y reparto de empleo y favores.
Hemos asistido también estas últimas semanas a la constatación de la mentira como un hecho político naturalizado en el que asuntos trascendentes como la amnistía y la independencia de vascos y catalanes están en la mesa de negociaciones.
Ahora todo vale si así mantengo el poder. No es la voluntad de un gobierno progresista lo que mueve a Sánchez ‘el mentiroso’, en palabras del colega Luis del Val. No puede serlo, porque un gobierno que busca la insolidaridad territorial y la institución de la desigualdad social no puede ser nunca progresista, y eso es justamente lo que sucederá con los privilegios políticos y económicos que se entregarán a los separatistas dando lugar a una España a dos velocidades y desgajada entre territorios pobres y ricos.
Las palabras pueden ser unas pero los hechos son los que son. Ahora el sanchismo busca cómo justificar y vender lo injustificable. Vestir el discurso y endulzar la realidad en una labor de pedagogía social, pero por mucho que lo intenten su objetivo es inconstitucional. ¡Y lo saben!
Seguro que en la mesilla de dormir el dirigente socialista tiene a la vista un manual con la doctrina del pensador italiano Nicolás Maquiavelo en la que viene a decir que el fin justifica los medios. Algunos advierten de que pudo no ser un pensamiento del autor de ‘El Príncipe’ y se lo atribuyen, incluso, al jesuita Ignacio de Loyola, aunque el catecismo de la Iglesia católica ya se encarga de aclarar que de eso nada, que ‘el fin nunca justifica los medios’.
Sea como fuere, a Pedro Sánchez le vale la idea, sea de quien sea, y la amamanta con el amor del adicto al poder al que no le importa nada con tal de mantenerlo, aunque para ello ponga a los pies de los caballos el estamento judicial y aunque tenga que traicionar sus propias palabras y engañar a sus electores pidiendo el voto para principios que ahora ha cambiado.
No da la cara
El fin justifica los medios para Sánchez, sí, y aunque sigue sin querer dar la cara y explicar en qué términos y a cambio de qué ha decidido aliarse con independentistas y los herederos del terror etarra que todavía no han pedido perdón por sus crímenes, concediendo la amnistía a los responsables del golpe de estado en Cataluña y el referéndum de separatismo, es decir violando la Constitución.
Personalmente, como el catecismo católico, no creo que todo fin justifique los medios para conseguirlo. Ni mucho menos. Siempre dependerá del fin y de los medios, es decir, del objetivo y de qué deba hacer para lograrlo, por eso le recomiendo al señor Sánchez que incorpore a su biblioteca de referencia a otro autor: Franz Kafka y su ‘Metamorfosis’, de lectura tan rápida como inquietante en la que el protagonista Gregorio Samsa, un guapete viajante que vende telas y cree tenerlo todo bajo control, acaba convertido en un bicho asqueroso que acaba repudiado por todos, incluso su familia. ¿Es así como quiere que lo recuerde la historia, como un escarabajo?
A estas alturas sigue habiendo gente que se pregunta ¿por qué tenemos que aguantar los españoles a un presidente que representa todos los valores negativos de la política, de esos que en mis tiempos de juventud lo llamábamos ‘chulo playa’ porque le gustaba marcar paquete y pavonearse con andares de macarrilla acostumbrado a salirse con la suya?
Pues la respuesta es muy sencilla: porque los españoles le han votado, incluso más que en las anteriores elecciones, y todo lo que hace tiene el refrendo de una mayoría social, aunque sea estrafalaria o Frankenstein, como la bautizó en otros tiempos un destacado socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba. ¡Qué cosas tiene la vida!
Así que los españoles tenemos lo que nos merecemos, porque en esa locura en la que hemos convertido las últimas elecciones hemos sembrado una España ‘pulpopolítica’ con tantos tentáculos que es difícil ponerse de acuerdo en nada.
¿Nuevas elecciones?
Y destacaría una tercera: de la fallida investidura de Feijóo ha nacido un líder que ahora sí cuenta con el favor de su partido. El candidato y presidente del Partido Popular, cuestionado dentro de su partido por voces que empezaban a darle volumen al nombre de la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, ha salido fortalecido de su paso por el Congreso. Se ha mostrado como un dirigente de discurso sólido y como alternativa para el gobierno del país. El orador ha brillado hasta achicar la figura de Sánchez al desnudar con habilidad sus contradicciones y descoser su estrategia al despreciarlo con su silencio.
Su problema, Vox, lo ha manejado con habilidad para poner tierra de por medio entre el PP y el partido de Abascal, pero sin derribar puentes y lazos porque de una u otra forma están condenados a entenderse en lo posible y navegar por el cauce de políticas que los unen en lo que los separan del sanchismo y del populismo de la ultraizquierda de Sumar y su líder Yolanda Díaz.
Feijóo es ahora más libre y más líder. Si la investidura de Sánchez se complicara, algo posible pero bastante improbable, veríamos que puede ocurrir en unas nuevas elecciones el 14 de enero ahora ya tienen todos las cartas sobre la mesa.