La dinámica de la vida contemporánea nos presenta comunidades en las que coincidimos en el entorno urbano, pero no necesariamente convivimos. La normalidad del más básico gesto social que es el saludo, se ha convertido más en un recuerdo que en una realidad.
Se podría pensar que ello no guarda mayor relevancia que la de una simple expresión de una forma de etiqueta, superficial y no necesaria, pero ello podría suponer un error. Podríamos estar hablando de uno de los más eficientes articuladores comunitarios.
Porque un breve y sencillo saludo en el contexto urbano va más allá de una mera expresión de cortesía. Se trata del detonador de un complejo andamiaje de prácticas, actitudes y factores, que hacen posible la convivencia, la confianza y la cohesión social.
Así, cuando hablamos de cortesía y trato social, nos referimos a un ingrediente articulador de comunidades, útil para construir relaciones entre quienes compartimos el mismo espacio urbano, facilitando la comunicación y valores que sustentan la vida colectiva.
Por principio de cuentas tenemos que entender a la cortesía como un básico, necesario y enormemente valioso reconocimiento de la dignidad ajena, persona por persona, no desde la abstracción engañosa que nos suele presentar la noción de lo colectivo.
Cada vez que saludamos a alguien, o verbalizamos el contacto social individual con una disculpa, un agradecimiento o un par de palabras agradables, estamos validando la existencia de quien tenemos enfrente, reconociendo su papel en un contexto compartido.
Esto es fundamental para cualquier comunidad humana. Es sólo a base de lograr que las personas sientan que cuentan, que pasan del nada agradable lugar del anonimato involuntario a convertirse en agentes visibles y sensibles de lo que pasa en la ciudad.
Al eliminar este factor de las interacciones sociales, reducimos el contacto social a meros incidentes irrelevantes que no guardan significado. A transacciones utilitarias que, en consecuencia, despersonalizan a quienes comparten con nosotros el entorno urbano.
Pero el efecto va más allá. No sólo se debilitan los lazos afectivos y simbólicos que toda comunidad necesita, sino que, la falta de cortesía y reconocimiento mutuo de la valía personal, hace más complicada la construcción de confianza, con todo lo que ello implica.
Está por demás señalar que, sin una sólida confianza mutua, no podríamos hablar de comunidad. La ausencia de una confianza sólida reduce la predecibilidad del entorno social, generando algo parecido a una justificada paranoia vinculada a la inseguridad.
Habrá quien pueda calificar lo anterior de exagerado, sin embargo, la simpleza de un “por favor” o de un “gracias” estriba fuertemente en su capacidad de hacer sensibles y patentes las intenciones pacíficas para con los demás y la disposición a la reciprocidad.
Es decir, hace llano el camino para que las personas se sientan seguras al interactuar con otras, incluso con personas que podrían no ser nada más que mutuas desconocidas, pero que a través de esta primera interacción pueden encontrar un motivo de vinculación.
Esto no es algo exclusivo de temas de ciudad. La noción de cortesía, por ejemplo en relaciones comerciales, busca generar entornos de confianza y familiaridad, que favorezcan el intercambio comercial y hagan posible una relación de confianza mutua.
Es por ello que tanto en la familia como en la escuela, se tiene un particular interés por fomentar la cortesía, abarcando desde qué decir, hasta cuándo y cómo decirlo. Es decir, la cortesía se convierte en una expresión de pedagogía social de gran trascendencia.
Esperar el turno para expresarse, atender respetuosamente a lo que una tercera persona tiene por decir, mostrar consideración frente a las emociones, intereses y preocupaciones ajenas, son algunas habilidades que se traducen en el fortalecimiento del tejido social.
De su constante ejercicio depende la capacidad de alguien para insertarse positivamente en la comunidad y sentirse parte de ella. Lo opuesto somete a un importante riesgo al tejido social, favoreciendo su aislamiento, precariedad y consecuente fragmentación.
Es por ello que no conviene en forma alguna desdeñar el valor de esas pequeñas acciones, de esas sencillas muestras de interés y reconocimiento mutuo. Un pequeño esfuerzo constante para un gran resultado colectivo.
Una sociedad que hace de la cortesía un componente trascendental en sus relaciones cotidianas ha logrado claridad de miras en los esfuerzos para un futuro posible.
Por su interés reproducimos este artículo de José Ruíz Fernández publicado en el diario Vanguardia (MX) – El inadvertido valor de la cortesía