Hoy: 23 de noviembre de 2024
Dentro de poco una nota a pie de página sobre los estertores de la historia del procés dirá: el 8 de agosto de 2024 fue la jornada en la que el Molt Honorable President y diputado Puigdemont hizo una visita fugaz a Barcelona, dio un discurso de cinco minutos y noventa segundos, salió por la puerta del escenario de cartón de piedra blanco, y sin que el público lo advirtiera y en lugar de ser aprehendido por los Mossos en cumplimiento de un mandato judicial, escapó a unos inexistentes controles policiales de la grandilocuente Operación Jaula como un hombre libre (Gabia, en catalán).
“Ahora bien, este no es el final. No es ni siquiera el principio del fin. Pero es, tal vez, el final del principio”, anunció Churchill en noviembre de 1942 después de conseguir la victoria británica en la segunda batalla del Alamein, norte de Egipto, primer gran triunfo desde el comienzo de la Segunda Guerra. Quiso decir que la victoria era posible.
¿Qué ha conseguido Puigdemont, tan evocador de la épica, de Tarradellas a Companys, este 8 de agosto? El 12 de mayo de 2024, con la pérdida de mayoría absoluta de los partidos independentistas, y el 8 de agosto, con la investidura de Salvador Illa como president de la Generalitat, ha conseguido poner a ese final de la historia del procés un broche trumpiano tragicómico, acorde con la declaración de la independencia del 10 de octubre de 2017 y su suspensión negociadora, en línea con la idea de convocar elecciones el 25 de octubre por la noche y la primera mañana del 26, y la consagración posterior, nuevamente, ese mismo día, de la independencia.
Puigdemont hizo levantar delante del Arco de Triunfo, en el passeig Lluís Companys, un escenario aséptico de cartón piedra color blanco, con una entrada lateral, desde donde entró con una zancada hasta el centro para saludar a una concurrencia de edad más bien mayor, sin jóvenes a la vista. Leyó el papel que sacó del bolsillo del pantalón durante cinco minutos y treinta segundos, se inclinó para coger una botella de agua y echarse al coleto un chorro. Y continuó, 40 segundos más. Ya anticipó una frase que debería haber llamado la atención del conseller en cap de los Mossos, Eduard Sallent, presente en el parc de la Ciutadella.
“Mirad, hoy muchos piensan festejar que yo sea arrestado y pensarán que el escarnio nos disuadirá, que para escarmentar vale la pena incumplir incluso una ley aprobada por su parlamento. Pero se equivocan”.
Se equivocan.
Y algo después se despidió: “No sé cuándo volveremos a vernos, amigos y amigas, pero pase lo que pase, pase lo que pase, que cuando volvamos a vernos podamos volver a gritar juntos y bien fuerte el grito con el que ahora acabaré mi discurso: visca Catalunya lliure”.
En lo que era una puerta o más bien un pasillo de salida, le acompañaban Jordi Turull, el secretario general de Junts, quien tomaba fotos y grababa la escena, y su abogado y consejero personal y privado, Gonzalo Boye. Ambos escoltaban físicamente al MHP.
¿En que ha consistido el talento del MHP Puigdemont para el ilusionismo o prestidigitación de este 8 de agosto?
En esto: logró en las últimas semanas transmitir de manera sutil y con credibilidad su resignación a ser detenido durante su regreso a España.
Tanto en la cúpula de los Mossos como en la cúpula de la Sala Segunda del Tribunal Supremo creyeron en esa resignación, vaya, en la decisión de Puigdemont de entregarse a la justicia española.
El 4 de julio, la acusación de Vox en el sumario del procés solicitó la reactivación de la euroorden de detención de Puigdemont, al denegar el juez Pablo Llarena la aplicación de la amnistía al delito de malversación y reactivar la orden nacional de detención, cursada a los Mossos. Pero Llarena no la trasladó a las partes. ¿Para qué si Puigdemont regresaba a España? ¿Para que correr el riesgo de que detuvieran al expresident y volver a tramitar una extradición? Era perder el control, ceder el monopolio del Supremo sobre su próxima disposición de Puigdemont cuando él mismo se estaba poniendo a tiro.
Llarena tenía resuelto, según anticipamos, reabrir la pieza separada, tomar declaración al expresident y diputado del Parlament y a petición de Vox dictar prisión provisional sin fianza. Tanto la elusión de la justicia durante seis años y medio y el hecho de que Puigdemont tiene residencia declarada en el extranjero llevaron al juez instructor a tomar la decisión, máxime sabiendo que Vox, como había anunciado, lo solicitaría, con la Fiscalía y la Abogacía, favorables a la amnistia, en contra.
En lo que se refiere a los Mossos, fuentes solventes aseguran a El Periódico de Catalunya que el jefe, Sallent, había tomado la decisión que la detención de Puigdemont no la practicaran los comisarios de los Mossos -pesos pesados de la institución- sino gente del departamento de información.
“Cuando este tipo de agentes se enfrentan a un expresident como Puigdemont no tienen la autoridad requerida. Tienen muchas dudas a la hora de actuar correctamente, no sea que después sus superiores les tiren de las orejas”, señala una fuente próxima a los Mossos.
Sallent, por otra parte, no iba a participar en la detención porque estaba de vacaciones. Y según se había acordado recaería en Rosa Bosch, comisaria encargada de Barcelona, la tarea. Al hacer público esto, el jefe de los Mossos resolvió ponerse al frente de la operación. Y así les vio a ambos en el parque de la Ciutadella la mañana de este jueves, Si se mira una y otra vez la grabación salta a la vista que el discurso de Puigdemont esta autorizado. No ha sido un accidente. Hay permisividad. Quizá los mossos responsables pensaban en una detención más discreta que la practicada en su día a Clara Ponsatí al término de una conferencia. Bien. ¿Tuvieron contactos previos con el círculo de Puigdemont? Es decir: ¿se creyeron que después de esa intervención breve Puigdemont se entregaba y aquí paz y después gloria?
Porque hay una evidencia: ¡no hubo en la parte trasera del decorado de cartón piedra, donde se veía a Turull y a Boye, ningún comisario de los Mossos! ¡No hubo detrás del decorado, ya abajo, ningún comisario a cargo de la operación!
Y todo ello en medio de la grandilocuente operación Gabia (Jaula), que se ha utilizado sí en el pasado, pero para temas de terrorismo y de múltiples detenciones de criminales.
“Problema: se nos ha escapado, pero, sobre todo, no hemos evitado que se escape. Ninguna sobreactuación compensará ahora lo que ha pasado”, señala una fuente de los Mossos a este periódico. “Lo que tiene que hacer Sallent no es detener el mismo día a mossos o citar a declarar a Turull. Tendría que convocar este jueves mismo una rueda de prensa para explicar porque se escapó Puigdemont”, añadió. Sallent está, valga la redundancia, de salida, habida cuenta del nuevo gobierno que formará el president Salvador Illa pero lo que era la crónica de una salida a anunciada será la crónica de un fracaso colosal. Tendrá que explicar por qué confió en que Puigdemont se “entregaba” y si existieron contactos que así se lo hicieron entender.
En cuanto al Supremo, el juez Llarena se limitó a cursar la orden de detención el pasado 1 de julio y no tuvo control alguno de los detalles del dispositivo policial. Pero incluso horas después de la escapada de Puigdemont, fuentes del Supremo señalaron a este periódico que la jugada de Puigdemont les parecía un sinsentido “si no se hacía detener antes de la investidura”. Llegaron a creerse que lo que Puigdemont deseaba era “escenificar su detención” para torpedear la investidura.
Una vez más, el talento de la prestidigitación e ilusionismo de Puigdemont pudo más que la duda y la cautela, que deberían guiar la conducta de jueces y policías.
Llarena tendrá pues que reactivar la euroorden europea de detención ante un Puigdemont sin inmunidad desde el 12 de junio de 2024. Y Puigdemont probablemente tenga que cambiar de residencia. Suiza, pues, es un destino desde donde podrá esperar el recorrido de la cuestión de inconstitucionalidad de la ley de amnistía planteada por el Supremo al Tribunal Constitucional (TC) esperar a agotar los recursos en el Supremo y llevar en septiembre un recurso de amparo ante el TC. A todo esto, Illa empieza a gobernar sin más dilaciones ni golpes.