Ayer escribía en mi candil la cara de esfinge acartonada que se le está poniendo a nuestro Presidente del Gobierno, al que hemos de respetar por encima de todo sin que sea óbice manifestar posibles errores en su conducta o en sus juegos de cartas escondidas. Interviniendo en el Congreso de los Diputados intenta sonreír, aunque me da la impresión de que más le apetece son llorar. Ya se sabe que las procesiones van por dentro y a veces se escapa un cirio con preocupación de que el incendio alcance los ropajes del santo.
Sinceramente me da tristeza de que en esta presunta corruptela “no acierte la mano con la herida” porque, al parecer, la mano hizo malabarismos y ha llenado de sangre las ilusiones de un pueblo.
Hasta ahora, ha tenido en el TC un presidente que podríamos llamarlo el Quitapenas porque nos devuelve a todos la ilusión de que nuestro pecado no lo fue y los grandes desatinos fueron sólo miramiento de ciegos.
Hay un vino delicioso, también con ese nombre, que nos hace regresar a la Arcadia feliz, al menos por un tiempo, pero la realidad es otra cosa.