En la sociedad actual, donde se apremia la productividad y se valora en alto grado la excelencia, el perfeccionismo a menudo se percibe como algo positivo. Al fin y al cabo, ¿quién no quiere hacer las cosas bien, o incluso de manera impecable? No obstante, el perfeccionismo va más allá de una simple aspiración a la calidad. La psicóloga Violeta García realiza un análisis y reflexiona acerca de ello.
La psicóloga afirma desde la perspectiva de su ámbito de estudio, que el perfeccionismo se entiende como la inclinación a imponerse estándares extremadamente altos, acompañada de una fuerte autocrítica y un miedo constante a cometer errores.
Los expertos de la salud mental suelen diferenciar entre dos tipos de perfeccionismo: el adaptativo y el desadaptativo. El perfeccionismo adaptativo implica una alta autoexigencia, pero con cierta flexibilidad, lo que puede convertirse en una fuente de motivación y crecimiento sin causar malestar significativo.
Por el contrario, el perfeccionismo desadaptativo se manifiesta con pensamientos estrictos, como “si no es perfecto, no sirve”, y con un temor constante a cometer errores. Suele estar asociado a la sensación de insatisfacción ante los logros por pensar que “siempre podrían haber sido mejores”.
Este tipo de perfeccionismo ha sido relacionado por múltiples estudios con problemas de ansiedad, depresión y trastornos alimentarios, además de síntomas físicos como insomnio y agotamiento.
Además, la rumiación —es decir, la repetición constante y obsesiva de pensamientos negativos— suele acompañar al perfeccionismo desadaptativo, dificultando desconectar y aumentando la probabilidad de sufrir episodios depresivos.
Diversos estudios señalan que el perfeccionismo está relacionado con un mayor riesgo de tendencias suicidas, debido a las expectativas poco realistas y a la frustración constante que dañan la autoestima y generan sentimientos de desesperanza.
La buena noticia es que el perfeccionismo no es algo inevitable. La terapia cognitivo-conductual aporta herramientas para reconocer las creencias rígidas y reemplazarlas por pensamientos más realistas y flexibles. Aprender a aceptar el error como una parte natural del proceso de aprendizaje y fomentar la autocompasión son estrategias clave.
Finalmente, es importante reconocer que el perfeccionismo no tiene por qué ser siempre negativo. Cuando es adaptativo, puede motivarnos mejora y a alcanzar nuestros objetivos sin estropear nuestra salud mental. Se trata de buscar un equilibrio entre excelencia y aceptación.