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El novio de la presidenta

Alberto González, novio de Isabel Díaz Ayuso. | Fuente: Vanitatis.

Debe ser un tormento para la presidenta de la Comunidad de Madrid saberse vigilada hasta el punto de conocer a qué piso entra, quién espera dentro, si es para comer o para acostarse y qué hace, por fin, cuando se acuesta, si duerme o se deleita. Porque en esta España nuestra lo que más coraje da es que los otros sean felices.

Nos han bañado sin permiso en la Laguna Negra machadiana, de donde generalmente se sale emponzoñado en envidias. Si las cosas no son como se dicen, pues se inventan, que lo importante es alejar las olas de lo esencial y permanecer en el chisme hasta que se descubran el detalle de las sábanas manchadas.

Y a todo esto, las vírgenes en la calle, los cristos indefensos bordean las plazuelas entre cirios apagados por la bendita lluvia. Y el amor de dentro hecho lágrima en las mejillas de los cofrades. Sus tallas son maderas besadas, sagrarios que empaparon nuestros desórdenes… Quiero terminar con esperanza desde las palabras de Virginia Satir: “Siempre hay oportunidades para cambiar porque siempre hay oportunidades para aprender”.

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