Quienes nos hemos impuesto la responsabilidad de opinar en medios de comunicación, debemos ser muy respetuosos con lo que decimos por no herir: el sujeto que recibe la declaración es un ser humano al que hay que preservar por encima de cualquier capricho interpretativo. Aunque, en ocasiones, es imposible inhibirse en el juicio cuando se trata de gente que, a sabiendas, ha decidido hacer el ridículo.
Nemo, el ganador suizo de este año en Eurovisión, ha dicho que es binario y que, por favor, le llamen elle, porque no se siente ni él ni ella. Debe ser triste desconocer para qué sirve lo de delante y a quién ofrecerle lo de detrás. No sentirse hombre ni mujer tiene como resultado el vestuario que exhibió en la gala, digno de un marciano errante que vio luces y aparcó unas horas su aeronave. Nemo lloraba de alegría desconsolada con lágrimas que no eran de muchacha tierna ni de varón enloquecido.
Pienso que ser original es cosa distinta a dar saltos de perturbado o ponerse en los ojos cristalillos para disimular la tristeza de haber perdido la identidad. La estética salió del festival desesperada.
Y la zorra, en mi entender demodé, hubiera estado mejor en su madriguera.