La Constitución española de 1978 es el hito que clausura la dictadura franquista, pero su verdadero logro histórico fue poner fin a un «largo invierno» que se extendió desde 1812. El desafío que la Transición abordó no se limitaba a resolver los 40 años de Franquismo (1939-1975), sino a desmantelar un bucle trágico de avance y reacción que, durante más de siglo y medio, impidió la modernización plena de España.
El periodo de 1812 a 1978 es el relato de un «parto fallido» de la modernidad, donde las élites conservadoras y la Iglesia boicotearon sistemáticamente cualquier proyecto liberal, republicano o democrático, perpetuando un atraso crónico.
La Guerra de la Independencia (1808-1814) no fue solo una victoria contra Napoleón, sino el origen de una profunda inestabilidad sistémica. Sus consecuencias no hicieron sino sentar las bases del siglo XIX:
El siglo XIX español fue un constante vaivén entre la dictadura absolutista y las inestables aperturas liberales, siempre manchadas por la violencia y las Guerras Carlistas.
El régimen de la Restauración (1874-1923) ofreció una estabilidad superficial basada en el «turnismo» (alternancia pactada) y el «caciquismo» (fraude electoral generalizado), pero mantuvo a España en un profundo atraso social y económico. El sistema era una oligarquía corrupta que excluía a las masas.
Un hilo conductor decisivo en este largo invierno fue el papel de la Iglesia Católica.
La Segunda República (1931-1939) fue el intento más serio de modernización exprés, buscando condensar en años las reformas que Europa tardó un siglo en implementar. Sus aciertos (Constitución democrática, creación de escuelas, reforma agraria, estatutos de autonomía) fueron ambiciosos.
Sin embargo, la velocidad y radicalidad de algunas reformas encendió una reacción violentísima en los poderes fácticos: la Iglesia, el Ejército, los terratenientes y las élites conservadoras. El clima político polarizado de los años 30 impidió el pacto.
El Golpe de Estado de 1936 no fue la única causa de la pobreza española, sino el punto culminante y definitivo de un siglo y medio de fracasos estructurales: el militarismo endémico, la incapacidad de la clase política para pactar y la injerencia eclesiástica.
Finalmente, el Franquismo (1939-1975) fue la victoria final de la España reaccionaria. Instauró una dictadura que supuso el aniquilamiento físico y moral del pensamiento liberal, socialista y anarquista, e impuso el nacionalcatolicismo, devolviendo a la Iglesia el control total de la moral y la educación. Si bien el «milagro español» de los años 60 trajo crecimiento económico, se hizo a costa de la libertad y generó un subdesarrollo político y enormes desigualdades.
El mito a romper es el de una España estable y próspera antes del golpe de 1936. La Constitución de 1978 significó, en realidad, la clausura forzosa y definitiva del Antiguo Régimen político que había resurgido una y otra vez desde 1812.
La Transición resolvió la pobreza integral (económica, educativa, política y cultural) generada por siglo y medio de:
Por lo tanto, el reto de la España democrática no fue solo el legado de un dictador, sino la superación de una dinámica histórica de 166 años de inestabilidad sistémica y negación de la modernidad.
Tema interesante y magistralmente escrito y explicado. Felicidades señor De Judo..
Me ha gustado mucho el tema. Es muy aleccionador.
Disculpas, es el señor De Justo. el teclado parece tener autonomía propia.
que tomen nota los que atacan a la transición.
Una necesaria pincelada que nos ayuda a comprender lo que somos. Frente a los eslóganes manoseados deberíamos abrir más los libros de historia.
Un buen artículo histórico que deja claros los efectos positivos de la transición.