Antes de cerrar los ojos, los labios y el corazón Felipe II llamó a su heredero en un aparte, prescindiendo de la pompa que se acostumbraba en estos trances, para bisbisearle: “Hijo mío, no quiero pasar de este mundo al Padre sin advertirte de algo fundamental, que ni siquiera te va a doler: Eres un perfecto inútil y no sé qué va a ser de España contigo. Puede que tus coyundas con Margarita de Austria, arreglen un poco este desatino”… Y se murió casi de espanto.
En efecto, la Reina Margarita, intuyendo la pereza e inutilidad de su marido, fundó el Real Monasterio de la Encarnación, con madres agustinas, como expiación de lo que estaba por venir y para remedio sobrenatural de un gobierno desgobernado.
Según lo previsto, el rey dejó sus responsabilidades en manos del duque de Lerma que, antes de valorar con el monarca el cambio a Valladolid de la Corona, había comprado a precios irrisorios todo lo que pudo en la ciudad castellana para luego él llenarse de oro los bolsillos.
Ya se ve que España no tiene fondo. Ni monasterios que compensen.