Lo más triste de la vida, lo que termina horadando la conciencia, no es creer en la propia perfección, sino convencerse de que los demás hacen daño porque están profundamente equivocados.
El impedimento que perjudicaría al hombre para hacerse a sí mismo, son los demás. Sartre dixit. De ahí que pronunciase esa frase cainita que, tras un velo de aparente paternalismo, declaró ayer nuestro Presidente: “El infierno son los otros”… Para encielar la sociedad que ustedes enfangaron, aquí estoy yo, el César al que nadie tiene derecho a corregir porque la propia dignidad “democrática” me ha hecho inviolable. A mí y al resto de mi familia, que son todos ángeles de la guarda cuyas alas no esconden más que vientos generosos, esfuerzos de progreso.
…Está visto que vivir en Europa no es garantía de casi nada. Conocemos el desamparo ante las verdaderas tribulaciones: pareciera que España no sabe vivir sin dictaduras. Y es tan suave la de ahora que sólo con vaselina, poco a poco, se está adueñando de nuestra libertad.
El infierno son los otros, los procaces de la derechona, que no me quieren ni un poquito. Debieran aprender del mucho amor que yo le tengo a mi esposa.