JOSÉ ELADIO CAMACHO
A Rafa y Clara, por ser ellos. Ilustración Rafael Bonacasa
“Al Jefe le asesoraban los guerreros más inútiles. Rehuían el combate, no servían para la caza, por ello siempre quedaban al cuidado de los caballos”.
La tribu marchaba a cualquier lugar, por lo que era indiferente el camino escogido. El hechicero había presagiado males innombrables si la partida no era rauda. Por ello los Jefes tribales decidieron levantar el campamento y situarlo en cualquier parte.
Poco importaba la nueva ubicación, el paisaje seguía siendo el mismo. Era necesario renovarse. Los tiempos así lo requerían. Las tribus vecinas observaban el trasiego sin entender nada. Como tampoco era de su interés nada preguntaron.
Ufano el jefe, que pensaba por todos, decidió formular los cambios. Observó desalentado a los miembros de su tribu y pensó que “esto era lo que había”. Los mismos adornos de siempre decoraban sus cabezas y su actitud seguía siendo como la del alce asomado sobre la alta hierba. Nada les podía hacer mejores de lo que ya eran. Tampoco lo pretendían.
El Tótem, en otras ocasiones consultado, permanecía tan mudo como la madera que lo sostenía. El Chaman, no obstante, interpretaba su silencio como un signo de aprobación. A él se encomendaban considerando su presagio acertado si la decisión no era refutada.
Decidieron ser más grandes que las comunidades vecinas y con gesto aprobatorio así quedó fijado. Renombraron a los guerreros con nuevas atribuciones que no los hizo mejores, ni más valientes, ni más sabios. Cumplido voltearon el campamento y volvieron al punto de origen. Y llegados se preguntaron para que había servido tanto viaje.