El prestigioso periodista Manuel Cerdán presenta su nuevo libro, ‘Carrero: 50 años de un magnicidio maldito’

2 de diciembre de 2023
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Manuel Cerdán Alenda, destacado periodista, ha forjado una carrera distinguida en el periodismo de investigación tras abordar...
El periodista Manuel Cerdán. | Flickr

Con una amplia bibliografía de éxitos, el autor ha publicado escritos influyentes de la talla de Lobo, un topo en las entrañas de ETA, Paesa, el espía de las mil caras y la novela El informe Jano. A continuación, se reproduce íntegro el capítulo 2 del volumen

Manuel Cerdán Alenda, destacado periodista y escritor español, nacido en 1954 en Aspe, Alicante, ha forjado una carrera distinguida en el periodismo de investigación tras abordar con intensidad el tardofranquismo, el posfranquismo y la Transición española.

Desde sus inicios en 1975 en las páginas del diario Informaciones en Aspe, Cerdán ha dejado su huella en los principales medios de comunicación del país.

Cerdán ha trabajado en medios escritos como Interviú, Cambio 16, El Mundo y OkDiario. Su presencia también se ha sentido en la radio con programas como Buenos días, El Navegador e Informe Abierto. Así como en la televisión, lideró El Objetivo en Telemadrid y participó como colaborador en tertulias políticas de alto nivel.

Con una amplia bibliografía de éxitos, Cerdán ha publicado libros influyentes como Lobo, un topo en las entrañas de ETA, Paesa, el espía de las mil caras, Matar a Carrero: la conspiración, y la novela El informe Jano, todos bajo el sello de Plaza & Janés.

No limitándose al papel, Cerdán ha incursionado en proyectos audiovisuales como guionista, director de investigación y productor ejecutivo. La adaptación cinematográfica de la vida de Paesa, El hombre de las mil caras, le valió el prestigioso Goya al mejor guion adaptado en 2017.

Con una valentía que ha sacudido los cimientos del poder en más de una ocasión, los trabajos de investigación de Manuel Cerdán se erigen como testimonio de su compromiso con la verdad y la denuncia a través del periodismo. Su carrera demuestra ser un pilar fundamental en la narrativa periodística española, marcada por la audacia y la indagación incansable.

Presentación de su proyecto más reciente

A medio siglo del atentado que sacudió los cimientos del régimen franquista, el libro Carrero: 50 años de un magnicidio maldito plantea interrogantes inquietantes sobre la verdad detrás del asesinato del presidente Carrero Blanco. La obra, del reconocido periodista de investigación Manuel Cerdán, destapa información inédita y documentación clave que arroja luz sobre una trama que sigue sin desvelarse por completo.

El magnicidio de Carrero Blanco, que hizo estallar el búnker franquista, no solo marcó el fin del delfín de Franco, sino que también condicionó el curso de la historia española. El golpe inesperado debilitó a la facción inmovilista del régimen y propició los primeros pasos hacia la Transición, encabezada por Juan Carlos I y Adolfo Suárez.

Cerdán, conocido por sus éxitos literarios como Lobo, un topo en las entrañas de ETA y Paesa, el espía de las mil caras, revela en su nuevo trabajo una investigación exhaustiva respaldada por una documentación exclusiva. Desde el sumario completo hasta documentos desclasificados por la CIA y entrevistas con implicados en la organización terrorista ETA, el periodista se sumerge en una narración absorbente.

Sin restricciones ni censuras, Cerdán aborda no solo el papel de ETA en el magnicidio, sino también la implicación de servicios secretos españoles e internacionales. El resultado es una verdad incómoda: el episodio más oscuro de la historia reciente de España fue una doble conspiración. La primera para ejecutar el atentado y la segunda para borrar las huellas de aquellos que se beneficiaron de la tragedia.

La pregunta clave que plantea el libro es: ¿Quiénes realmente ganaron con la muerte del almirante y presidente del Gobierno? “Carrero: 50 Años de un Magnicidio Maldito” promete ser una lectura reveladora que cuestiona la narrativa establecida y arroja luz sobre las sombras de un suceso que marcó un hito en la historia de España.

A continuación, presentamos el contenido inédito del capítulo II del libro Carrero: 50 años de un magnicidio maldito

ETA: EXTREMA IMPUNIDAD

Ni en la mente más cartesiana cabe la idea de que ningún resorte del Estado franquista se percatara de los planes de ETA en Madrid, en la capital de la Dictadura, durante los doce meses que duraron los preparativos de la banda para acabar con Carrero. Si para la oposición al franquismo Madrid era el paradigma de la represión, las redadas y la tortura, no se entiende cómo se le escapó al brazo armado del Régimen un complot diseñado y ejecutado por unos inexpertos como eran los jóvenes gudaris de ETA. Al menos, en ese revelado de la fotografía de la situación, sí coinciden todos los expertos e investigadores de la conspiración contra Carrero: ETA se movió por la capital con una impunidad incomprensible.

Ese grado de inmunidad del comando Txikía en Madrid, en torno a los preparativos del atentado, provocaron algunas situaciones que no se entienden, sobre todo porque en aquellas fechas uno estudiaba en la capital y percibía en un primer plano cómo se la gastaba la Policía del Régimen. Tampoco se comprende la displicencia con la que se movían los terroristas por Madrid. Esa indolencia daba a entender que Argala y el resto del comando actuaban con una impunidad que no disfrutaban en el País Vasco. Y a los hechos me remito:

-ETA mandó a Madrid a un comando de activistas fichados, con órdenes de busca y captura y perseguidos por la Policía. El propio Ugalde Aguirresarobe Kaskazuri se había sentado en un Consejo de Guerra en Burgos y vivía en un entorno de gente vigilada por los policías de la temible Brigada Político-Social, no por los servicios secretos del SECED.

Los miembros del comando Txikia que pasaron desapercibido en Madrid durante varios meses mientras consumaban el magnicidio, también figuraban en los archivos de la Brigada Político Social como etarras peligrosos en busca y captura. Al menos, sus nombres constaban en uno de los informes policiales que figuran en el sumario.[1]

De Marquín, nacido en 1950 en Hernani, el supuesto escultor que habitó en el sótano del 104 de Claudio Coello, los expertos antiterroristas afirmaban: “Su actividad en ETA V Asamblea data de 1968. En 1971 sugiere a militantes de ETA, a los que había captado, el robo de una fotocopiadora del Instituto de Enseñanza Media de Guernica que instalaron en un piso de liberados. En 1972, tras la muerte de un policía municipal, cruzó la frontera por Urdax (Navarra) para eludir la acción policial solicitando asilo político en Francia. En octubre del mismo año, las autoridades francesas le prohíben la residencia en los doce departamentos del Sud-Oeste francés. Posteriormente intentó pasar clandestinamente a España y, sorprendido por la Guardia Civil, se entabló un tiroteo. Otras de sus labores consistieron en falsificar documentos que eran utilizados por los ‘liberados’ de ETA para ocultar su personalidad cuando entraban en España”. Sobre Argala, nacido en Arrigorriaga (Vizcaya) en 1949, el falso electricista con mono azul que efectuó el tendido eléctrico en la calle y accionó la bomba, decían: “Elemento de la organización ETA V, encuadrado desde su ingreso en el ‘frente militar’. Huye a Francia en 1970. El 30-9-1972 participa con otros terroristas en el atraco al Banco de Vizcaya de Vergara. El 10-12-1971, interviene en el incendio del caserío ‘Sosoka’ de Urnieta (Guipúzcoa) y el 1-1-1972, con otros elementos ‘liberados’ de ETA, interviene en el secuestro del industrial Zabala.

De Wilson, nacido en 1948 en Vitoria, que se entrevistó con Kaskazuri en el primer viaje a Madrid y participó en la planificación del atentado, aseguraban: “Responsable político de Vizcaya de ETA V. El 22-3-1965, detenido por robo y diversos hurtos. En dicho año se traslada a Inglaterra para cursar estudios, fijando su residencia en Londres. El 27-12-1969 es detenido en la capital inglesa por intentar incendiar la Embajada de España, agrediendo a uno de sus aprehensores. Fue condenado a un año de prisión y propuesta de expulsión del país. El 12-8-1971 regresa a Vitoria, establece contacto con elementos de la organización, reanudando su labor como responsable político de Vizcaya y con motivo del secuestro del Sr. Zabala huyó a Francia”.

Sobre Atxulo, nacido en Bilbao en 1946, el activista que concertó con el propietario la venta del sótano de Claudio Coello, los investigadores anotaban “Miembro del ‘frente militar’ de ETA V. En abril de 1969 con motivo de la detención de miembros de esta organización huye a Francia. En 1971, regresa clandestinamente y con otro elemento de dicho ‘frente’ interviene en las acciones terroristas registradas en las Provincias Vascongadas durante los años 1971/72”.

Acerca de Josu –José Antonio Urrutikoetxea Josu Ternera-, nacido en 1950 en Miravalles (Vizcaya), que en julio de 1973 vivió en el piso de la calle Mirlo de Madrid junto a Argala y otros terroristas, aportaban datos sobre su actividad delictiva en los meses en los que ETA ya preparaba el atentado: “El 15-7-1972, participa en un atraco a la factoría ‘Orbegozo’ de Hernani cuyo botín ascendió a 4.000.000 de pesetas. El 28-7-1972, interviene en el atraco a la furgoneta del Banco de Vizcaya, en la localidad de Pasajes, logrando la cantidad de 12.000.000 pesetas. El 6-12-1973 participa en el asalto y robo a un polvorín de Hernani, consiguiendo 3.000 kgs. de dinamita y otro material explosivo. Con motivo de la muerte del que fue responsable del ‘frente militar’, Eustaquio Mendizábal, se hizo cargo del material de la organización”.

Una parte de esa dinamita fue la utilizada para perpetrar el atentado en Madrid.

-Los etarras, desde el primer día que llegaron a la capital, se relacionaron con miembros de la oposición que estaban fichados y eran unos habituales de los calabozos de la Dirección General de Seguridad (DGS) de la Puerta del Sol. Todos ellos soportaban a menudo redadas y detenciones. El primer piso donde vivieron Argala y Wilson fue facilitado por la propia Eva Forest, una persona vigilada de manera extrema.

-Desde el primer momento, los topos de la Policía y la Guardia Civil avisaron a sus controladores de la intención de ETA de organizar “algo gordo” en Madrid, pero no se redoblaron las medidas de seguridad. Y menos las que afectaban al presidente, aunque Carrero se había resistido a ello. Sus escoltas, en repetidas ocasiones, alertaron a sus superiores de que la iglesia de San Francisco de Borja era un desfiladero rodeado de comanches, pero nadie puso coto a esa amenaza.

-Tras el asesinato de un policía en pleno centro de Madrid, el Primero de Mayo, por un militante de extrema izquierda, la Político-Social desplegó un sinfín de redadas, pero ninguna de ellas sirvió para impedir la joint venture Forest-Argala.

-Los miembros del comando Txikia, ya instalados en el piso de la calle Mirlo, en el barrio de Campamento, donde los conocían como “los de la ETA”, emprendieron varias acciones en Madrid, mientras preparaban y esperaban la mejor fecha para el atentado, todas ellas con éxito. Atracaron una comisaría para robar DNI’s y pasaportes en blanco, asaltaron una armería y robaron un fusil a un centinela de Capitanía en el mismísimo corazón de la capital, a mitad de camino entre el Ayuntamiento y el Palacio Real. Sorprendentemente, nadie lo impidió ni siguió después su rastro. Además, rizando el rizo, realizaron prácticas de tiro en la Casa de Campo y probaron explosivos en la Sierra de Madrid.

-Algunos de los integrantes del comando desatendieron las mínimas garantías de seguridad y de clandestinidad para una organización terrorista. La estancia en Madrid era un cúmulo de despropósitos: sufrieron un robo en un local para montar una boutique de pantalla, se les disparó una pistola en uno de los pisos alquilados, se olvidaron una cartera con un arma en la barra de un bar… Y se dejaron ver a diario en las inmediaciones de la Embajada americana cuando se dedicaban a vigilar a Carrero.

-El comando alquiló y adquirió una decena de pisos y locales sin que ningún portero, conserje o sereno sospechara de sus movimientos y los denunciara a la Policía.

-Genoveva Forest les facilitó a Argala y Wilson un piso de un desconocido en el Parque de Lisboa cuando los etarras aterrizaron en Madrid, advirtiéndoles de que no se dejaran ver por el portero y los vecinos. Algo que resultaba sensato. Pero lo que no tenía sentido era que los etarras permanecieran en él hasta seis meses. 

-La dirección de la banda decidió celebrar una reunión de su Comité Ejecutivo en un piso de Getafe, una de las zonas obreras en las que la Policía vigilaba de cerca a los dirigentes sindicalistas. Por allí pasaron una veintena de terroristas -lo más granado de la banda- y nadie se percató de ello. La mayoría estaba fichada y en busca y captura por la Policía.

Jesús G., un activista del Batallón Vasco Español (BVE), que participó en el operativo para asesinar a Argala en 1978, en busca de venganza -como veremos más adelante- me confesaba en uno de los encuentros que mantuve con él: “¿Una veintena de militantes de la banda en la capital, todos ellos con antecedentes policiales, fichados y en los carteles de los más buscados? ¿No te parece extraño? ¿Te imaginas hoy en día en Madrid a treinta etarras, entre ellos a Txomin, Josu Ternera o Pérez Revilla moviéndose libremente por sus calles?”.

Y seguía sin salir de su asombro: “¿Te los imaginas, mes tras mes, con documentación falsa, comprando en el supermercado, yendo al cine, comiendo en un restaurante, alquilando y adquiriendo pisos y locales como el sótano de Claudio Coello, asaltando armerías, construyendo un zulo en el sótano de una vivienda, robando coches, haciendo práctica de tiro en la Casa de Campo, atracando una comisaría del DNI o viajando sin ser molestados en los trenes? ¿No te parece un tanto sospechoso? Un año entero así, sin que nadie los descubra. Sin que un portero, de profesión policía nacional, sospeche nada; sin que un conserje quisquilloso y curiosón meta la nariz donde nadie lo llama; sin que un sereno los vea entrar en una vivienda a una hora intempestiva; sin que nadie detecte un DNI o un carnet de conducir burdamente manipulado; sin que un madero o guardia civil de barrio les siga la pista por su acento vasco… Impensable. Algo no se ha contado bien”.

-El comisario de Bilbao, José Sáinz González facilitó a Madrid una lista con las fichas y fotos de los etarras más peligrosos, en las que aparecieron la treintena de los terroristas que se movían por Madrid, pero el comando, a pesar de las luces de alarma, siguió disfrutando de plena impunidad.

José Sáinz era el martillo de ETA en aquellos años, hasta el punto de que la propia banda lo reconocía en el número uno de la revista Kemen (“Coraje”, en español).[1] Así valoraba su trabajo: “La vertiginosa ascensión de la represión no ha impedido que crezcamos muy a su pesar y esto para ellos es una derrota. Tal es así que la misma cabeza de la represión en Euzkadi, Saíz (sic) -en lugar de Sáinz- ha tenido que declarar y reconocer públicamente que la solución al problema vasco y al problema de ETA es una solución política y no policiaca”.

Por tanto, para quienes siguen manteniendo hasta la saciedad que el Régimen no estaba preparado para repeler a ETA no se ajustan a la realidad. La propia organización exponía en uno de sus medios oficiales su temor a la acción policial del comisario de Bilbao, la misma persona que informó a Madrid en 1973 de la presencia de etarras en la capital. 

-El 19 de enero de 1972, cuando ya se había iniciado un plan de secuestro contra el vicepresidente del Gobierno, Argala y Txomin secuestraron en la población vizcaína de Abadiano al industrial Lorenzo Zabala, uno de los máximos accionistas de la sociedad Precicontrol. Semanas después, los periódicos revelaban el nombre de Argala como uno de los integrantes del comando secuestrador. Aquel antecedente tampoco sirvió para detectar la presencia en Madrid del responsable del comando Txikia.

-Los integrantes del comando, tras el atentado, se escondieron en un piso franco construido en una vivienda de Alcorcón. Incomprensiblemente, permanecieron allí varias semanas escondidos hasta que, una vez retirados los dispositivos de control de la Policía, huyeron hacia el sur de Francia. Durante el tiempo del encierro, Forest hizo de puente con el exterior. Un privilegio que no cuadra con las medidas de seguridad de ETA: quedar en manos de una persona ajena a ETA y fichada por la Brigada Político-Social, como era La Tupamara.  

Wilson se quejó ante la dirección de la organización armada que se asumiera un riesgo injustificado poniéndose en manos de una militante de izquierdas -Eva Forest- que estaba quemada ante la policía. Su indignación habría aumentado si se hubiera enterado de que, unos meses antes, el Tribunal de Orden Público (TOP)[2] la había procesado por asociación ilícita y propaganda ilegal.

-Las fuerzas de seguridad detuvieron en el País Vasco a uno de los generales de ETA, quien en su interrogatorio confesó que acaba de llegar de Madrid, donde había mantenido una reunión con otros militantes de la banda. Así mismo, declaró que en la capital había entregado una fuerte suma de dinero a un compañero de la organización. Se desconoce esas revelaciones fueron comunicadas a Madrid, pero la realidad fue que, aun siendo así, se apolillaron en un cajón. -Los etarras se movieron por España con plena libertad. Viajaban en tren Talgo, armados con sus pistolas, de San Sebastián a la estación de Chamartín de Madrid, hicieron turismo en Toledo en medio de una visita del entonces príncipe Juan Carlos, alquilaron, compraron y robaron automóviles, confesaron a desconocidos su misión en la capital, dejaron huellas dactilares y pistas en todas las viviendas arrendadas… Todo ello con documentación falsa y, en algunos de los casos, de muy baja calidad. Y nadie detectó

nada ni levantó una voz de aviso.

– Salían de copas por la noche y se permitían el lujo de confraternizar con personas a las que no conocían y podían ser chivatos de las Fuerzas de Seguridad.

-En el ejemplar número 64 del órgano de prensa de ETA, Zutik (“En Pie”, en castellano), de mayo de 1974, la banda reconocía su inquietud unos minutos antes de activar la bomba: “Los electricistas esperaban en la confluencia de Claudio Coello y Diego de León; uno, mirando en la dirección de Juan Bravo; y otro, junto al timbre acoplado a la batería; el cuarto hombre cubría a éste, en previsión de los efectos de la onda expansiva. Es inimaginable la angustia de los miembros del comando durante estos minutos de espera. Todo ello se desarrollaba a la vista de un Jeep de la Policía Armada, situado a unos cien metros, en la puerta de la Embajada de los Estados Unidos”.

-Se desplazaron a Burgos desde Madrid a retirar un cargamento de explosivos que había sido robado previamente en un polvorín de Hernani. Después lo llevaron al anochecer hasta el sótano de la calle Claudio Coello en el mismo coche que después aparcaron en doble fila.

-Las fuerzas de la Seguridad del Estado nunca se percataron de que, el mismo día en que le secretario de Estado norteamericano y el hombre fuerte de Nixon, Henry Kissinger, visitaba Madrid, los terroristas efectuaban con total impunidad un simulacro del atentado. Todo ello en un Madrid ocupado policialmente.

-También resultaba sorprendente cómo la Policía franquista resolvía unos casos en cuestión de horas y otros, como el asalto a una comisaría o una armería por parte de los etarras, quedaban en el olvido.

Sólo un ejemplo: el 19 de noviembre de 1973, tan sólo un mes antes del atentado de Carrero, unos desconocidos asaltaron a pocos metros de la Gran Vía un furgón blindado del Banco Coca, que trasladaba casi 20 millones de pesetas al Banco de España. El conductor del furgón y su ayudante, al día siguiente, identificaron a los ladrones entre las fotografías mostradas por los investigadores. Uno de ellos, sorprendentemente, era Jean Pierre Cherid -el cazaterroristas y asesino de Argala– que quedó impune de la acción ya que estaba protegido por los servicios secretos. Sólo uno de los asaltantes -Giuseppe Silvio Giuffrida- fue detenido y condenado. El italiano, perteneciente al círculo de Stefano delle Chiaie, que disfrutaba de la protección del Régimen, se había fugado de una cárcel romana y había buscado refugio en España entre sus camaradas neofascistas. Del dinero sustraído sólo pudieron recuperar dos millones.

Llamaba la atención la eficacia de los policías y los servicios secretos para unos casos y su ineptitud o desidia -la versión a la que se apuntan los observadores más conservadores- para un asunto de vital importancia como era la seguridad del presidente del Gobierno. 

 -Y, por último, tuvieron la osadía de perforar un túnel en el sótano del número 104 de la calle Claudio Coello, una de las zonas más vigiladas de Madrid. Una vez más, los terroristas eran teledirigidos por gente ajena a la organización para dar con ese lugar con un gran valor estratégico. ¿Fue una casualidad que encontraran un local y que pudieran comprarlo en una de las calles por que la comitiva de Carrero pasaba todos los días?

Los terroristas, en lugar de ametrallar el coche del presidente en un cruce o en un semáforo, algo que podía dificultar su huida, escogieron una opción mucho más arriesgada y complicada: la construcción de un túnel de 6 metros de largo, por 0,80 de ancho y 0,60 de alto desde el sótano y por debajo de la calle. Mucho más enrevesada porque, en el plazo de ejecución de la obra, podían ser descubiertos y echar por la borda toda la misión. Pero, aunque a causa de las obras la atmósfera del inmueble apestaba a gas, nadie decidió intervenir. Y eso que el portero era también policía armada. Y eso que la Embajada de Estados Unidos estaba ubicada a menos de doscientos metros. Y eso que el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, transitaba por la calle Serrano en aquellas fechas y la zona estaba tomada policialmente. ¡Inaudito!

Esta veintena de escenas inverosímiles en torno a los preparativos del atentado sólo es una muestra de los despropósitos que envuelven el magnicidio. Aunque podrían rescatarse muchas más, la lista de oprobios, agravios y contradicciones es interminable. Por todo ello, el atentado de Carrero ha generado un cúmulo de susceptibilidades, que ha desembocado en una legión de escépticos. Es comprensible que 50 años después permanezcan las dudas sobre el atentado del almirante. Los más desengañados señalan a ETA como la mano ejecutora, pero al mismo tiempo hacen valer sus sospechas sobre una conspiración y la verdadera identidad de los inductores.

ETA puso la bomba contra Carrero creyendo que era el icono más reaccionario del Régimen, el heredero de un Franco agonizante, pero se equivocaba. Sin duda, el almirante ideológicamente se presentaba como el guardián del franquismo más ortodoxo, pero no formaba parte de ninguna de las familias políticas del inmovilismo que luchaban entre bambalinas por recuperar el poder.  Se escoraba más hacia el Opus Dei, algo que quedaba demostrado a la hora de elegir a los miembros de su Gabinete, muchos de ellos seguidores de la doctrina de la orden fundada por José María Escrivá de Balaguer. Al mismo tiempo, el almirante fue uno de los promotores y ejecutores de la restauración de la Monarquía en España y remó para que la sucesión en el trono recayera en el joven Borbón, que llegaría a ser Juan Carlos I.

Esa jugada le enfrentó con la vieja guardia del Movimiento Nacional que apostaba por su primo Alfonso de Borbón y, mucho más, cuando contrajo matrimonio con la nieta de Franco. El duque de Cádiz era hijo de Jaime de Borbón, que en 1933 había renunciado a los derechos de sucesión al trono de España para él y sus descendientes por su discapacidad de sordomudo. Desde El Pardo, encabezados por la esposa de Franco, Carmen de Polo, se fraguó otro movimiento, esta vez para colocar a su yerno, para ella el Borbón que mejor conservaría las esencias del Régimen.

La jugada franquista, al mejor estilo de un gambito de dama, se fraguó cuando ETA asesinó al presidente. El ministro de la Gobernación, el responsable de la seguridad de Carrero, fue ascendido a la jerarquía gubernamental ocupando el mismo despacho del almirante en el palacio del Paseo de la Castellana.

Tomás Garicano Goñi, quien fuera el penúltimo ministro de la Gobernación con Carrero, se quejó ante la viuda del almirante de los contrastes entre su dimisión y el ascenso de Arias Navarro:

-A mí me matan a un policía —el de la manifestación del Primero de Mayo— y me cuesta el puesto. A Arias Navarro le matan al presidente del Gobierno, y no solo no lo cesan, sino que le ascienden.[1]

En esa percepción conspiratoria coincidieron un importante número de primeras personalidades de la vida política española y la propia familia de Carrero, en pleno.

José Mario Armero, ex presidente de Europa Press, bien relacionado con los servicios de información y uno de los españoles mejor informados de la época, tenía sus dudas sobre si ETA fue manipulada:

—Estoy convencido de que no actuó en solitario. Hay muchas cosas que están todavía encerradas en el cajón de los misterios. El día en que nos enteremos de la verdad, si es que nos enteramos, nos llevaremos grandes sorpresas. ¿Es la izquierda la que liquida a Carrero Blanco? No, no lo creo, ni lo he creído nunca. Si realmente hay algo detrás de todo esto, hay indicios de que pudiera ser la extrema derecha la que manipuló a ETA.[1]

José Solís, ministro secretario general del Movimiento con Carrero y Arias Navarro, no se mordió la lengua cuando un periodista le preguntó en 1985 sobre la muerte del almirante:

—Hay manos ocultas en muchas cosas que ocurren en España. He llegado a pensar que en la muerte de Herrero Tejedor hubo alguna mano oculta… Alguien pudo abatir un peón que pudo hacer la Transición de forma diferente. Pudo ser la misma mano que mató a Carrero la que mató a Herrero Tejedor.

Adolfo Suárez dejó la Presidencia del Gobierno sin despejar algunas incógnitas, según confesó a sus allegados:

—Me voy sin saber si ETA cobraba en dólares o en rublos.

La familia de Carrero no ha dejado pasar la oportunidad cada vez que le han preguntado por las incógnitas y los misterios del magnicidio. La viuda, Carmen Pichot, desde el primer día ha destacado que su marido “estorbaba a alguien”.

Su hijo José Enrique también ha expuesto sus dudas:

—Los etarras estaban telegrafiados, pero no sé por quién. Es imposible que nadie tuviera información de lo que estaban haciendo, a cien metros de la Embajada de Estados Unidos. No me lo puedo creer.

Y, más recientemente, se ha pronunciado con una mayor contundencia:

—Estoy casi seguro de que alguien de dentro del sistema estaba involucrado. Alguien del Régimen, no necesariamente del Gobierno, o puede que algún miembro de los Servicios Secretos. No se le ocurrió solo a ETA. Eso seguro.[2]

La hija del almirante, Carmen Carrero, también se ha manifestado con claridad:

—De Franco para abajo no salvo a ninguno. Incluido Arias. Soy creyente y a lo mejor estoy cometiendo pecado mortal, pero es lo que pienso.

Luis Carrero comentó que a su padre lo mataron por “una falta total de interés en su vigilancia”.[3]

La mujer de Carrero le confesó a la esposa del ministro de Educación:

—Han matado a mi marido porque estorbaba… Y también matarán al siguiente.[4] Y no se equivocaba. También lo intentaron varias veces con Adolfo Suárez. Aunque, como acuñó el primer presidente de la Democracia, seguimos sin conocer la divisa que llevaban en sus carteras los conspiradores: francos, dólares, rublos… o pesetas.

Jesús G., el piloto miembro del Batallón Vasco Español (BVE), que participó en el atentado contra Argala en 1978, me comentó en cierta ocasión: “Sobre el asesinato de Carrero Blanco, probablemente, no se haya dicho toda la verdad. Que la mano ejecutora fuera ETA está documentado, pero no sus encubridores o promotores. En el año 73 cuando asesinan al almirante, el jefe del Estado estaba las últimas, por lo que si se hubiera atentado contra él las consecuencias habrían sido diametralmente opuestas. De manera inesperada, cuando asesinan al presidente de Gobierno no defenestran al entonces ministro de la Gobernación con lo cual empezamos a pensar que había servicios secretos interesados en que aquello ocurriera”.

Al margen de las dudas sobre las facilidades y el grado de impunidad que ETA disfrutó en Madrid para cometer el magnicidio, el atentado ha generado también versiones de lo más disparatadas sobre los explosivos que utilizó la banda para elevar hasta la cornisa del edificio de San Francisco de Borja el pesado vehículo del presidente del Gobierno.

En su auto de procesamiento del 12 de febrero de 1977 contra los etarras Gohierri, Wilson, Marquín, Argala, Atxulo, Zigor, Josu Ternera, Kiskur y Lujúa, el juez ultra Gómez Chaparro afirmaba que los terroristas hicieron “explotar una mina de gran potencia que habían situado a la altura del 104 de Claudio Coello”. El magistrado se sumaba a una hipótesis, de la que no constaba ni un dato en el sumario, sobre la utilización en el atentado de unas minas de procedencia norteamericana, que habían llegado a Madrid a través de la base de Torrejón. Sin pruebas, sin testimonios y sin documentos, respondía a una especulación fuera de todo fundamento.

Algunos, como el espía González Mata, El Cisne, mantenían que la mina fue colocada en el túnel la noche anterior al atentado, sin el conocimiento de ETA. Pero esa versión resulta rocambolesca y poco creíble. Lo más probable y razonable fue que el comando usara los explosivos robados en Hernani, versión de la que sí existe abundante información en la causa[1]

Otras versiones se apuntaban a la manipulación de los explosivos, que fueron alterados con el componente C-4 (RDX), que usaba el ejército norteamericano en la guerra de Vietnam de uso militar para proporcionar más potencia a la bomba.

Sobre los explosivos la propia ETA explicó su procedencia en el libro antes mencionado. Lo explicaba Mikel: “Si los militares creen que eso fue una operación que exigía una gran técnica, como han dicho, es que no tienen ni idea, ni puñetera idea. Las minas de tanque que decían eran cargas de dinamita vulgares que se cogieron hace casi un año, o sea que la dinamita había perdido incluso más de la mitad de la fuerza”.

Y ETA no mentía porque era la versión más documentada. El 31 de enero de 1973, la banda asaltó un polvorín de la empresa Unión Española de Explosivos en Hernani del que sustrajo 3.000 mil kilogramos de dinamita distribuidos en unas 120 cajas. Unas semanas después, la policía recuperó en un local de Lasarte 2.500 kilos en de la dinamita robada en Hernani, pero faltaban 27 cajas. Aunque ETA utilizó siete de ellas para volar la vivienda del industrial Lorenzo Zabala, aún le quedaban otras 20. Tras varias operaciones policiales, en las que los agentes recuperaron otras cantidades de dinamita, a la organización sólo le restaron unos 250 kilogramos. De esa cantidad utilizó 9 para la carga explosiva colocada en el Austin Morris 1.300, aparcado en doble fila en la calle Claudio Coello, que no detonó gracias a un fallo técnico. Y de esa cantidad salieron los 70 kilos introducidos en el túnel.

En un apartado del sumario también se aclara el origen de los explosivos colocados en el túnel horadado desde el sótano del número 104: Txomin y Ezkerra se desplazaron en el Austin a Burgos por la dinamita[1] -el vehículo había sido comprado por Kiskur unas semanas antes- donde se citaron en un descampado próximo a la estación de RENFE con Antonio Elorza Willy, Daniel Ansoategui y José Ramón Lequerica;[2] y depositaron dos bolsas y dos maletas con 80 kilos de dinamita, dos rollos de cable de cien metros cada uno y una docena de detonadores, unos eléctricos y otros normales. Solo cincuenta cartuchos de un kilo cada uno era Goma-2.

En el artículo de la revista ILDO (“En Línea”, en español), antes mencionado, la banda reconocía que los miembros del comando introdujeron en el túnel tres cargas de 25 kilos cada una, unidas a un cordón detonante.

Tras el atentado el Boletín policial 7/70 recogían en su contenido el informe de los peritos que inspeccionaron el lugar de los hechos y analizaron los explosivos utilizados: “Debido a no conocerse el tipo explosivo empleado, no se puede determinar con exactitud la cantidad del mismo utilizada, no obstante, y con fines exclusivamente orientativos, se precisan 200 kgs. de trilita colocados en cinco cargas de 40, cada una, para obtener un embudo de las características análogas a la existente. Dicha carga, transformada en explosivo plástico, equivaldría a unos 199 kgs. del XP, utilizado en el Ejército o a 304 kgs de dinamita normal”-

Así mismo señalaban: “Se utilizó como sistema de encendido, el eléctrico mediante cebos eléctricos y pilas como medio de dar fuego, siendo de observar lo precario de dicho sistema, que hace pensar en haberse utilizado un mínimo número de cebos”.

Los técnicos pudieron extrapolar el origen y la naturaleza de la dinamita gracias a que los 9,25 kilos colocados en un envase de plástico en el maletero del Austin Morris 1.300, no estallaron: “En un examen organoléptico se ha comprobado que se trata de un explosivo tipo goma, moldeable como los explosivos plásticos, de color amarillo oscuro, con vetas marrones, olor a almendras amargas y una exudación apreciable”.

Según los expertos, el explosivo tenía la siguiente composición: nitrato amónico (59,88%), nitroglicerina (27,76), nitrocelulosa (1,35%), dinitrotolueno (5,87%) Y serrín y resto insoluble (2,60%). La mezcla coincidía con la Goma-2 que fabricaba Unión española de Explosivos.

El debate del explosivo usado para el magnicidio no daba para más. Sólo podía levantar alguna objeción la cantidad de dinamita que los expertos calculaban para provocar unos estragos de tal magnitud, pero para ello debía valorar cómo los terroristas la colocaron en el túnel en forma de T. Para que la deflación fuera de mayor potencia y se concentrara en el centro de la calle colocaron los sacos con tierra y escombros, taponando la longitud del túnel y su entrada. El comando Txikía hacía añicos la calle Claudio Coello, pero la caída del Régimen no se produjo hasta dos años después de la coronación de Juan Carlos I, ya con Franco enterrado en la basílica de la Cruz de los Caídos.  

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