El difícil camino a la concordia

6 de enero de 2025
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Vista del féretro, tapado por la bandera y el escudo de España durante el franquismo, que contiene el cuerpo del dictador Francisco Franco concordia
Vista del féretro, tapado por la bandera y el escudo de España durante el franquismo, que contiene el cuerpo del dictador Francisco Franco

RAFAEL FRAGUAS

En días como estos, en los que la concordia entre españoles parece ser el anhelo de las gentes de buena voluntad, escribir sobre el régimen de Francisco Franco (Ferrol, 1892-Madrid, 1975) parece implicar el olvido de tan deseado anhelo. Nada más lejos del propósito de este escribidor. Cuanto más certeramente abordemos nuestra historia, más solvencia tendremos para concordiarnos de manera más efectiva. El camino a la concordia pasa por informarnos bien de nuestro pasado.

En esa historia nuestra se inserta la figura de Francisco Franco Bahamonde, que sometió a los españoles a una dictadura de cuatro décadas, con una incesante represión, sin libertades democráticas, sin partidos y sin pluralidad ni diversidad alguna en un país de países diversos como España. Conocer su trayectoria nos hará más fácil comprender nuestro pasado y pugnar por superarlo.

Evocar la imagen de Franco coincide con el epítome o resumen de todas las adversidades que han caracterizado buena parte de la historia política de España: el espíritu inquisitorial; la sed de venganza; la mediocridad de quienes han gobernado y de quienes les adulaban; el rencor hacia lo otro y lo distinto; la sumisión a ciertos mitos y ritos disfrazados de religión… todo un pesado fardo que ha lastrado los destellos de genio que, trabajosamente, se abrían paso desde las mentes más lúcidas y solidarias del pueblo español, que el dictador nunca consiguió yugular del todo. Un poeta del exilio, Jesús López Pacheco, definía a España como “piel de toro toreado”.

La conquista del poder a mano armada por el dictador, con el imprescindible apoyo financiero y militar de la aviación, la artillería y la infantería hitleriana e italiana y los suministros de la dictadura portuguesa, más el petróleo estadounidense, fue un proyecto premeditado en los tiempos de la hegemonía nazi-fascista, que implicaba, según su lógica mecánica e inhumana, la destrucción implacable y completa de todo atisbo de oposición interior.

Sin atisbo del perdón

Tras su victoria militar, a lo largo de 40 años, se dice pronto, él nunca contempló el perdón, la amnistía y la reconciliación. Que no inventen que enterrar republicanos en el valle de Cuelgamuros fue una concesión graciosa a la otra España: fueron los norteamericanos quienes pidieron a Franco un gesto hacia los republicanos, con el temor a que, si cambiaban las tornas en España y Franco caía, el régimen alternativo que surgiera podía replantear el tema de las bases de Torrejón, Zaragoza y Rota que Washington codiciaba conseguir -y consiguió- por su interés estratégico. A cambio, el presidente Eisenhower le dio el espaldarazo político-militar del que el dictador se lucró durante tres lustros más.

Todos sabemos que las guerras suelen ser compendios de atrocidades, más intensas e hirientes si se trata de confrontaciones civiles. Ojo a las equidistancias: el descontrol en las filas republicanas, cierto, duró cinco meses, pero la represión franquista se prolongó durante toda la posguerra, 40 años. Mas no quiero referirme a la guerra civil en sí, que también necesita de una nueva mirada lejos del sectarismo de los supuestos historiadores neofranquistas, De la Cierva, Suárez y Moa, sino más bien a la posguerra durante la cual, ni un solo día de su Gobierno, a modo de macho-alfa castrador, olvidó nunca el castigo contra quienes tuvieron el coraje de pensar en otra España, de libertades, democracia y socialismo y de enfrentarse a su designio dictatorial. Así lo han documentado Manuel Tuñón de Lara, Ángel Viñas, Paul Preston o Fernando Hernández Holgado, entre otros.

Hasta 1975 funcionó la firma de Franco para rubricar condenas a muerte de opositores políticos. Esto son hechos. Como el de los más de cien mil españoles que permanecen aún sin desenterrar en más de 2.500 fosas comunes repartidas por todo el país.

Residente en Madrid

Taimado por un padre libertino, un hermano anarquista de ida y vuelta -muerto tiempo después en extrañas circunstancias- y un ambiente de asfixiante beatería, Franco hallaría en la carrera de las armas, y señaladamente en la guerra colonial del Norte de África, el acicate que nunca encontró en su vida cotidiana. Por cierto, pocos saben que, de soltero, Franco vivió en Madrid en las calles de Marqués de Villamejor y Ayala, en pleno barrio de Salamanca -cómo no- barrio sobre el cual, durante el cerco de Madrid en la guerra civil, su artillería nunca lo bombardeó por ser la residencia habitual de las familias de conmilitones y oligarcas amigos y financiadores de los golpistas.

Es de destacar que el piso privado de Carmen Polo de Franco se hallaba en la calle de Hermanos Bécquer y que con solo cruzar la acera permitía a los familiares del dictador adentrarse en la sede de la Embajada de Estados Unidos. Ese domicilio se hallaba equidistante de la primera embajada de América Central que reconoció al régimen franquista, sede diplomática ubicada en la contigua calle del General Oráa.

También en el mismo barrio madrileño, bajo la estación de metro de Lista, el 10 de enero de 1938, una gigantesca explosión en una fábrica subterránea de armas, sembró de centenares de cadáveres el subsuelo madrileño, en un presumible sabotaje de la quinta columna franquista. Nunca se atribuyó su responsabilidad. Cuando las primeras tropas de Franco entraron en Madrid a finales de marzo de 1939, su primer cometido fue establecer contacto con la denominada quinta columna, cuya emisora clandestina se hallaba en los sótanos de Unión Radio, en la Gran vía, que se había caracterizado por alentar sabotajes y actos de terrorismo en la retaguardia republicana.

Accidentes aéreos

Hay anécdotas y hechos de todo tipo. Algunas de las más inquietantes se refieren a la desaparición, en sendos accidentes aéreos, del general José Sanjurjo Secanell, futura cabeza del golpe, en Cascaes, Portugal, el 20 de julio de 1936; y la del general Emilio Mola Vidal, verdadero cerebro del alzamiento militar, muerto en Alcocero, Burgos, a primeros de junio de 1937, al precipitarse al suelo su avioneta cuando inspeccionaba desde el aire el frente de batalla. Se da la circunstancia de que Mola había encomendado a su chófer recogerle en automóvil en su destino, pero, ¡ah, curiosidad!, el chófer murió el mismo día en accidente de automóvil cuando iba en busca del general, al que todos llamaban el Director. Mola había emitido instrucciones secretas para exterminar a toda persona relacionada con el Frente Popular.

Los españoles confiamos en que, algún día, tras casi 50 años de democracia, podamos averiguar los pormenores de estos y tantos otros hechos ya que hoy, por mor de una ley franquista preconstitucional, de 1968 -Franco murió en 1975-no podemos conocer casi nada de nuestro propio pasado al no existir plazos claros de desclasificación de los secretos oficiales.

Muchos recuerdan a Franco como un anciano de apariencia venerable, rodeado de niños o bien balbuceando ataques contra el “caduco liberalismo decimonónico” desde la balconada del Palacio Real en un verdadero baño de masas. Si. Hay que admitirlo. Franco gozaba de cierto poder carismático, muchos españoles, entre el afecto y el miedo, sumidos en un apoliticismo indolente, se plegaron a su dictadura. Cada cual vela a su manera por sus intereses. Pero muchos otros, desde los tajos, las fábricas, universidades e institutos, así como desde los barrios, los colegios profesionales, incluso las iglesias de la periferia madrileña, barcelonesa o sevillana, adquirieron el compromiso de conquistar las libertades democráticas tantos años secuestradas por el dictador y su régimen.

Contra la atadura

A la postre, la victoria fue para los demócratas, pese a la atadura bien atada que el dictador previó para su sucesión. Ya se vio sobre quién apostaba para sucederle y el daño que su pupilo coronado causó a la Corona. En el origen de tal desconcierto se encuentra el carácter vitalicio de tantas prerrogativas, sobre todo la irresponsabilidad ante la ley, unida a la jefatura del Estado y de las Fuerzas Armadas, así como la de garante de la Constitución… que se atribuyeron de por vida a su sucesor. Mientras tal irresponsabilidad no desaparezca, permanecerán argumentos sólidos para quienes cuestionan la legitimidad del régimen.

Por cierto, España no es hoy una democracia liberal, como lo ha definido Felipe VI; es, simplemente, una democracia constitucional. Los liberales poco hicieron en este país por rescatar las libertades, así que conviene que dejemos los adjetivos para otra ocasión y ciñámonos al sustantivo: democracia.

Una meta deseada y posible

Volviendo a la concordia, no solo es una meta deseada, sino posible de alcanzar. El afán antidictatorial hermanó a decenas de miles de españoles de todas las extracciones ideológicas durante la Transición. Ojalá la más alta magistratura del Estado no lo olvide, apartándose de la conmemoración de los 50 años en democracia. He ahí un factor de cohesión compartida, de la que tan necesitados estamos. Pero su logro requerirá que todos, empezando por mí mismo, demos a la paz a y la democracia una oportunidad, como cantaba el llorado John Lennon. Y tengamos en cuenta, como recordó Jesús de Nazaret, que “la verdad nos hará libres”.

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