Dèlmar
Era un día cualquiera en una ciudad cualquiera. Las calles se me antojaban como los rápidos de un río, caóticos, prácticamente imprevisibles, mientras legiones de personas corrían de un lado para el otro bajo el sol, emanando un aroma frenético. Bolsas y más bolsas cargadas con cosas que probablemente no llegarán a ser usadas y, si algún día llegan a salir a escena, quizá sea un ‘debut y despedida’.
Mientras caminaba observando la marabunta acudían a mi mente las palabras de Epicuro, quien decía que la verdadera felicidad se alcanza con una vida sencilla, libre de excesos y con una actitud de agradecimiento por lo que se tiene.
Particularmente opino que si no es la felicidad la que obtiene de esa cosecha, seguramente sí que sean unos cuantos sacos repletos de tranquilidad y eso ya es demasiado en estos días…
El consumismo ha sido una plaga que ha afectado a la sociedad durante mucho tiempo. Es una enfermedad que ha ido en aumento en las últimas décadas y que ha alcanzado niveles desorbitantes. En su afán por adquirir cosas nuevas, la gente ha dejado de lado valores importantes como la sencillez, la humildad y la gratitud.
No hace falta ser un experto para darse cuenta de que el comprar sin mesura es un problema serio. Las consecuencias ambientales son evidentes: el agotamiento de los recursos naturales, la contaminación del aire y del agua y el cambio climático son solo algunos ejemplos. Pero también hay consecuencias sociales como la desigualdad económica, la competencia despiadada y la alienación de las personas.
En la era del consumo, las personas han perdido el sentido de la realidad y han caído en una especie de delirio colectivo. En lugar de buscar la felicidad en el interior de cada uno, la gente busca satisfacción en los objetos que pueden adquirir. Y, como sucede con cualquier adicción, el consumismo tiene un efecto negativo en la salud mental, ya que crea una sensación constante de insatisfacción y frustración.
¿Quizá ha llegado el momento de frenar en seco y empezar a ver lo que tenemos y no lo que nos falta?