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El confesonario

Un joven confesándose ante un sacerdote. Pexels

Para los creyentes, es un diluvio de paz la absolución de los pecados que, en nombre de Dios, el sacerdote perdona a condición, si procede, de que al menos en parte, pueda repararse el daño. Del confesonario se sale amnistiado, es decir, con el olvido de la culpa y de las penas acarreadas por el desatino.

Ahora, el alquimista de nuestro Presidente de Gobierno en funciones, ha convertido en laica la tarea religiosa encomendada a la Iglesia y, si eres catalán, él se autoproclama obispo con la potestad de perdonar, hasta los pecados reservados, sin necesidad siquiera de disculparse, que ya es generosidad.

Puesto a sentirlo tan magnánimo, yo me atrevería a pedirle de limosna que extienda su alivio de padre y de pastor a los nacidos en otras partes de España. Vivir fuera de allí es como ser ciegos en Granada, que no valoramos la luz que irradian sus gestos. Pericles, a su lado, apenas si podría haber sido sacristán de su iglesia. Bastante desgracia tenemos con no haber nacido en Barcelona… Tenga piedad, señor presidente, de los demás porque, lamentablemente, en Cataluña no podemos vivir todos.

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