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El camión de la basura

El camión de la basura. | Fuente: Wikimedia Commons

Todos los días a la misma hora, o parecida, le oigo rugir enfrente de mi casa, como león satisfecho que engruyese comida y en su estómago de metal triturara las sobras de todos los días. En cada bolsa de residuos debe llorar el espanto de lo que deja de tener sentido, sin darnos cuenta de que también se van en ellas las dulces horas, los quebrantos y las dudas de no saber qué manos metieron las sardinas en la lata dorada o qué corazón de corcho había detrás del tapón de una botella.

Los camiones de basura se llavan los destrozos del día que huelen a destierro. Los ojos nuestros también persiguen el tiempo que se marcha metido en un cartón de leche desnatada que busca su reciclaje porque no quiere quedar inútil para siempre.

Frente al camión de la basura las flores del bulevar perfuman el encanto de las horas. El mal olor que sale de su maquinaria insiste y el buen aroma del jardín procura que no nos llegue del todo la fetidez, el susurro maloliente de lo perdido.

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