El antisemitismo como arma de destrucción colonialista contra el pueblo palestino

9 de septiembre de 2025
3 minutos de lectura
Gaza I EP

No sé si la decisión de Pedro Sánchez refleja aquello de que la necesidad
tiene rostro de hereje. Lo que sé es que la posición del presidente ha sido destacar en la Unión Europea la desproporcionalidad de la respuesta del
gobierno de Israel a los ataques y asesinatos de las milicias de Hamás del 7 de octubre de 2023.

Al principio, sinceramente, pensé que se trataba de un brindis al sol. La idea misma de la desproporcionalidad, una palabra socorrida, es decir la matanza masiva de mujeres y niños, era tan obvia que me parecía débil.
Pero él persistió en esa línea. Otros le emularon. Y luego el gobierno español reconoció el derecho de Palestina a tener su propio Estado, un reconocimiento simbólico porque Palestina es un pueblo sin Estado, ya que su territorio histórico ha sido expropiado para consolidar Eretz Israel a partir de 1947/48.

Pronunciar Palestina para mí tiene un fuerte contenido emocional. Llegué a Tel Aviv con mis padres cuando tenía unos meses -hicimos alyha-, y francamente, no sé qué lengua hablé primero, si español, yddish o hebreo.
Mi padre, nacido en Varsovia, tenía prohibido por mi abuelo hablar polaco en Buenos Aires en los años treinta del siglo veinte, y con mi madre lituana, hablaba en la lengua de los judíos de la diáspora, el yddish.
Llegamos prácticamente con el nacimiento del Estado. Mi tío Bernardo, alistado en el Ejército, murió en un enfrentamiento fronterizo con fuerzas de Jordania en 1950. Y fue enterrado con todos los honores militares apenas cumplidos los 20 años.

La guerra de 1948 acababa de terminar. Más de 700.000 palestinos fueron expulsados de la antigua Palestina. Eso fuela Nakba, catástrofe en árabe. Se les privó del derecho de retorno. Y aquellos que se quedaron se convirtieron eb ciudadanos de segunda clase, mano de obra barata para el naciente capitalismo israelí en un país en el que desde finales del siglo XIX judíos palestinos que habían llegado como colonos desde Rusia y Europa Oriental, una minoría, convivía pacíficamente con la mayoría, los árabes palestinos.
Durante aquellos años posteriores a la guerra árabe-israelí, los colonos israelíes expropiaron los célebres pardessim -naranjales que hicieron famosos los cítricos de Jaffa en el mercado mundial-, como el que se extendía frente al pequeño edificio del barrio de inmigrantes europeos de Ramat Gan, donde vivíamos, hoy zona residencial de la capital israelí.

Nuestro regreso a Buenos Aires no fracturó mi educación judía. Estudiaba en la escuela primaria argentina por la mañana y por la judía por la tarde, hasta el comienzo de la escuela secundaria-; mi formación política era sionista, emparentada con la filosofía e ideología de los kibutzim -granjas colectiva. Es decir, sionista-socialista. Combatir el antisemitismo era fundamental para nosotros, jóvenes judíos. En la capital argentina los grupos «nazionalistas» solían ser muy agresivos en los años ’50 del siglo pasado. Pintaban con letras muy artísticas carteles en conventos con inscripciones como estas: NO ALCANZARÁN LOS PAREDONES PARA FUSILAR A LOS JUDÍOS. Y nosotros replicábamos como en la Avenida Corrientes, próxima con Medrano: NO ALCANZARÁN LOS PAREDONES PARA FUSILAR A LOS NAZIS.

¿Adónde nos conduce esto? A que puedo decir con rotundidad que el uso del concepto «antisemita» o la venda del «antisemitismo» -a pesar de las pulsiones que existían en ese sentido-, se convirtió, por su pegada emocional, en un arma de destrucción masiva de la conciencia crítica con el sionismo de intelectuales, escritores, historiadores y artistas. Existía pánico y se prefería mirar hacia otro lado.

Hoy cuando Pedro Sánchez ha dado el paso se anunciar el embargo de armas a Israel, una medida que la Unión Europea, debió haber adoptado cuando el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya admitió a trámite la demanda de Sudáfrica contra Israel por «posible genocidio», el 26 de enero de 2024. Porque entonces el Tribunal contabiliza a 25.000 muertos en Gaza, y hoy son, como mínimo 65.000 de cuáles 20.000 son niños.
Esos niños que según son usados como «escudos humanos» por Hamás, según ha dicho este lunes el líder del PP, Alberto Nuñez Feijóo, siempre prestó a comprar las mentiras de Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel sometido tres veces por semana a comparecer por tres casos de presunta corrupción a juicio oral en Tel Aviv.

Como bien dijo Antonio Guterres secretario general de la ONU la destrucción de Gaza no empezó el 7 de octubre de 2023. Pero el genocidio fue ejecutado con una planificación científica. En los primeros días de diciembre de 2023 Israel difundió dos imágenes de lo que había sido la bellísima calle de Al-Rashid en Ciudad de Gaza. Y las autoridades ya explicaron que no debía quedar nada en pié, que a Gaza no la reconocería ni la madre que antiguamente la parió. Tierra quemada, destrucción, solución final para un pueblo que es un obstáculo para el plan colonial del sionismo y de sus patrones imperiales.

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