La gratitud, más que una simple cortesía, es un pilar moral que define el carácter de una persona. Pero, ¿qué sucede cuando esa memoria del corazón se borra, y la ayuda recibida se paga con el silencio o la traición?
Las historias de Alejandro, Luis y Miguel nos demuestran que la ingratitud no es solo una falta, sino una traición que revela una naturaleza profundamente egoísta y vil.
Alejandro, despojado de su trabajo y sin recursos, suplicó la ayuda de un abogado. Juró que, una vez reenganchado, le pagaría sus servicios. El jurisconsulto, conmovido por su situación, consideró el caso sin un contrato escrito, confiando únicamente en su palabra. Con diligencia, el abogado logró que Alejandro fuera reincorporado y recuperara sus derechos laborales.
Sin embargo, Alejandro tenía otro plan. Una vez que recuperó su puesto, se envalentonó y se escondió. Dejó de responder llamadas y mensajes, ignorando a quien le había abierto las puertas a una nueva oportunidad. La vileza del desagradecimiento lo llenó de arrogancia. Sus superiores, al parecer, sabían de su deshonor y por eso habían querido deshacerse de él sin miramientos. Alejandro cumplió la promesa de un parásito: usar al otro y luego descartarlo.
Luis, un abogado que se creía superior, tenía en su único amigo una fuente inagotable de conocimiento. Aunque vivía en un mundo de ínfulas, siempre dependía de su amigo para que le hiciera y corrigiera escritos, le resolviera casos y lo orientara profesionalmente. Su amigo lo hizo de buena fe, creyendo que la amistad era un lazo recíproco. Por si fuera poco, le enseñó técnicas de estudio y lo ayudó a graduarse. En más de una ocasión, Luis confesó que sin su ayuda nunca se habría recibido de abogado.
Pero la amistad era una ilusión unilateral. Cuando su amigo se enfermó gravemente y necesitó su ayuda, Luis no solo le cobró de más, sino que lo ninguneó. Años después, tras ser perdonado y recibir nuevamente la ayuda de su amigo en cinco casos, Luis lo traicionó de la peor manera: se quedó con los honorarios, le construyó enemigos entre los clientes y lo insultó con emoticones despectivos. Su amigo, finalmente, entendió la verdad: Luis no era un amigo, sino un psicópata narcisista, incapaz de sentir gratitud o remordimiento. Luis era una estafa de amigo.
La historia de Miguel es la más sombría. Un abogado lo defendió con éxito, logrando que recuperara su libertad. Sin embargo, más tarde el jurista se enteró de la verdadera naturaleza de Miguel: un hombre que había golpeado a una anciana, se había apropiado de la casa de una viuda y era un deshonroso en todos los sentidos.
Para colmo, Miguel le debía honorarios adicionales a su abogado. Para lucirse ante un auditorio, juró por la vida de su propia hija, haciendo uso de histrionismo y falsedad, alardeando y deseando que se quemara su propia hija en un incendio, en caso de que fuera falso que ya le hubiera pagado. La blasfemia de su promesa era un reflejo del abismo de su falta de honor, y la máxima demostración de su ingratitud con el hombre que le había abierto las puertas de lalibertad.
El balón siempre está en la cancha de las consecuencias, del bumerán, del karma o de la justicia divina para aquellos que no honran a quienes les abrieron una puerta. Estos ingratos, ciegos por la soberbia, se cierran las bendiciones y se condenan a vivir en la soledad de su miseria moral. Al final, los psicópatas y narcisistas no tienen amigos, sino esclavos, y la lección más dura es para quien, con honestidad, no se da cuenta a tiempo.
«La gratitud no es solo la más grande de las virtudes, sino la madre de todos las demás» – Marco Tulio Cicerón
Dr. Crisanto Gregorio León
Profesor Universitario