Hoy: 24 de noviembre de 2024
Fuentes Informadas ha sabido de la reciente salida al mercado del libro del abogado Javier de la Vega, arrastrado durante tres años (2016 a 2019) por un calvario de calabozos, imputaciones y finalmente prisión, como consecuencia de lo que se conoció como «operación Fénix». La Fiscalía Anticorrupción impulsó en la Audiencia Nacional un conjunto de acusaciones contra el exbanquero Mario Conde y su entorno familiar, que involucró al abogado de la familia pero que, finalmente, como otros tantos casos, acabó en un cierre, un conjunto de errores y ninguna disculpa.
Hemos charlado un rato con Javier de la Vega, quien nos desentraña algunos aspectos poco conocidos de todo un mundo que sigue de rigurosa actualidad, el de las causas mediáticas, del que dice sólo se conoce una mínima parte.
FI: Lo primero que nos llama la atención es el estilo novelado de tu relato. ¿Por qué te decidiste a escribirlo a la manera de un thriller?
No fue intencionado, simplemente empecé a escribir en mi primera semana en la prisión de Valdemoro, en la que los rumores (siempre rumores en estas causas) me indicaban que estaría un largo periodo. Quise dejar constancia de todo lo que estaba pasando, por si en algún momento mis facultades físicas o mentales empeoraban, aunque yo mismo me di cuenta de que lo que me estaba sucediendo parecía más bien una película, con tintes algo kafkianos. Cuando entregué el texto a la editorial Almuzara, tuvieron la dificultad de encuadrarlo en un género concreto y optaron por considerarlo una true fiction, es decir, un relato real contado a la manera de una ficción.
FI: En el libro no te callas nada, desde luego. ¿Tuviste algún tipo de censura o limitación en cuanto al contenido?
En absoluto. Sí es cierto que antes de que Manuel Pimentel me llamara para decirme que había que publicar mi historia, otra editorial la consideró especialmente incómoda y arriesgada. Agradezco enormemente la valentía de Almuzara, que no lo dudó un instante, y enseguida coincidimos en que no sirve de nada lamentarse de ciertas distorsiones de nuestro sistema judicial si luego no damos voz a casos que se llevan por delante vidas de inocentes. No hubiera tenido sentido dulcificar los hechos o presentar una realidad distorsionada. Creo que solamente contando lo que yo viví, oí y sentí, en primera persona, el libro tiene algún sentido.
FI: En Inocente citas a personas de varios estamentos del mundo judicial y policial. ¿No tienes miedo a represalias?
El miedo ya lo pasé cuando me encerraron sin saber por qué y me dijeron que estaría dos años en la cárcel en espera de juicio. Al pasar en 72 horas de tu casa a una celda no tienes miedo, sientes auténtico pánico, sobre todo porque se decretó el secreto del sumario, pero sin embargo todos los medios accedieron a información del caso que ni siquiera mi abogado tenía posibilidad de saber. Desde entonces mi sentido del miedo ha cambiado, porque si no nada de lo padecido habría servido para nada. ¿Represalias?, no sé si las habrá. Lo que tengo claro es que todo lo que yo cuento está acreditado en miles de documentos que forman parte de un sumario, afortunadamente ya en un archivo de la Audiencia Nacional.
FI: Leyendo el prólogo de tu libro, Luis María Anson afirma que, a pesar de todo, eres muy respetuoso con las instituciones. ¿Cómo se compaginan ambas cosas?
Porque nunca he dejado de tener ese respeto. Soy abogado desde hace 34 años y si no tuviera respeto por las instituciones no podría seguir en esta profesión. Lo que ocurre, como en otras muchas, es que siempre hay personajes que no sienten lo mismo por la toga que visten o la divisa que portan. En las investigaciones de la llamada «lucha contra la corrupción» hay egos enormes, hay envidias entre cuerpos policiales, hay odios y vendettas por ascensos, medallas y por saltar a la notoriedad. Una de mis denuncias es precisamente el daño que ha hecho a nuestra Justicia que hoy sepamos los nombres, las ideologías o las orientaciones sexuales de muchos altos funcionarios que integran ese mundo de la Administración de Justicia. Lo que yo llamo la «justicia de pasarela y photocall». Si el gran público no hablara de ellos, sino de los órganos en sí, se acabaría este fenómeno de inmediato. Pero eso requiere una madurez como pueblo que no sé si tenemos.
FI: Hemos elegido para esta entrevista el título de un capítulo de tu libro: «No es justicia para pobres». ¿A qué te refieres exactamente?
Estoy tristemente convencido de ello, porque lo he vivido en primera persona. Precisamente me gustaría que mi historia sirviera para que la gente sepa que casos como el mío ocurren con demasiada frecuencia, pero cuando no involucra a personajes mediáticos ni los afectados pueden permitirse tener abogados penalistas de renombre, sus causas se pudren durante años. No es lo mismo tener un abogado caro, con influencias y respeto en la Audiencia Nacional que llama a la puerta de un juez y le recibe o se toma un café con un fiscal, que ser un preso anónimo, tener un abogado de oficio y no salir en las noticias. Hay una justicia de dos velocidades. La que afecta a desconocidos (yo lo era, pero no mis clientes) no interesan a nadie, y te puedo asegurar que he visto enormes injusticias en prisión. Muchos presos venían a contarme sus casos por si yo podía ayudarles. Muy triste.
FI: Hablemos del aspecto social de tu historia. En dos meses dices que trataste con muchos presos. ¿Cómo es el sistema carcelario que tú conociste?
Yo estuve una semana en Soto del Real, y por algún motivo que nunca supe, me trasladaron después a Valdemoro, hasta que pude salir con el pago de una fianza muy alta. Me parece un sistema anclado en la Edad Media. Un aparcamiento de personas. Por supuesto hay presos peligrosos, gente que ha cometido crímenes execrables que no deberían estar en libertad por el bien de todos. Pero me he convencido de que la prisión solamente debería estar reservada para ellos. Si el preso no imprime peligro, lo que tiene que hacer es estar en la calle, con su vida, su familia e intentar no generar un desgraciado para el resto de su vida. Estando en libertad puede ser útil a la sociedad, puede ayudar en multitud de servicios sociales, y así devuelve a la sociedad algo útil. La cárcel no penaliza al preso, eso es un error de concepto. Se trata de una condena colectiva que se extiende a todo tu entorno: hijos, parejas, amigos, compañeros de trabajo…
FI: Pero se nos dice que hay una política de reinserción
Yo no la llamaría así, resulta demasiado pretencioso. Lo que yo he vivido es una desidia predominante en todo aquello que suponga recuperar al preso para la vida en sociedad. La causa no sé cuál es; quizá falta de formación, sueldos bajos, demasiados presos en las cárceles, poco seguimiento individual… Es un conjunto de cosas. El preso no interesa a nadie en realidad. He conocido a chicos muy jóvenes que cometieron un error con 18 años, están profundamente arrepentidos y tienen ganas e inteligencia para tener una vida normal en libertad, pero que no lo harán hasta que tengan 27 o 29 años, y cuando salgan estarán estigmatizados de por vida. Habrán perdido su tren, y por ello quizá tomarán el camino fácil de volver a delinquir. Es un puro fracaso del que nadie habla.
FI: En tu libro cuentas que aprovechaste tu estancia entre rejas para aprender y ayudar a otros presos.
Hice lo que pude. Dediqué infinidad de horas a trabajar en mi defensa y desmontar el cúmulo de falsedades que la Fiscalía había presentado como indicios. Pero aproveché también para ayudar a gente que no sabía ni cómo hacer una simple instancia para un permiso de salida. La cosa fue a más y acabé despachando en la sala de lectura todas las tardes con multitud de presos. Llegué a preparar incluso un recurso al Tribunal Constitucional, hasta que me dieron un toque de atención desde la dirección de Seguridad de la prisión: decían que estaba «soliviantando» a los presos. Naturalmente no hice caso porque tenía derecho a ejercer mi profesión, y hacerlo altruistamente. Es otra de las contradicciones del sistema.
FI: En cierto modo, INOCENTE es una historia de denuncia de cosas que no funcionan en el sistema, pero también de superación personal. Respecto de la primera, ¿crees que hay esperanza?
No la habrá si no contamos lo que va mal. Y para ello, siempre que se haga desde la seriedad y el rigor, creo que es hasta una obligación como ciudadano, y desde luego como jurista. Pienso que en España nos hemos crispado demasiado y estamos echando a perder muchos de nuestros logros. Hemos encumbrado a personajes que no lo merecen, pero tampoco dudamos en alegrarnos de las desgracias ajenas. Cuando presenté Inocente el pasado 10 de abril en el Ateneo de Madrid me sorprendió ver a mucha gente muy joven, algunos de ellos me escriben y me agradecen las enseñanzas que han sacado de mi libro. Eso me da esperanza; en mi opinión la siguiente generación no cometerá los errores de la nuestra, sobre todo porque estamos empeñados en destruir más que en construir.
Javier de la Vega concluye su libro con una frase que dice haber visto pintada en los muros de una cárcel en Colombia, país en el que vivió un año:
«En este lugar maldito, donde reina la tristeza, no se castiga el delito. Se castiga la pobreza»
He leído el libro y parece un thiller, pero pone los pelos de punta saber que todo es verdad. Muy valiente, sabiendo cómo se las gastan algunos que manejan la Justicia a su antojo.
Totalmente de acuerdo: “pone los pelos de punta saber que todo es verdad”