Cuando en octubre de 1963 muere Édith Piaf con 47 años, París lloró desconsoladamente. Una multitud quedó en silencio porque, de pronto, se habían quedado todos sin la voz más hermosa que solía despertar a los pájaros.
La última vez que estuve en París decidí leer un resumen de la biografía de Édith frente a su tumba que, en el cementerio de Pére-Lachaise, se yergue sobre la tierra poderosa. Si los muertos pasean de madrugada, la Piaf enseñará sus canciones a las estrellas.
Amada por casi todos, generosa y diáfana, Édith Piaf, sin embargo, había expresado vehementemente que ella no se arrepentía de nada… según el contexto en que se dice algunas expresiones tiene un sentido u otro. Édith y todos llevamos en los baúles del tiempo muchas canciones desafinadas: errores continuos mancillaron nuestro comportamiento. Los santos afilan su humildad en los últimos momentos y reclaman el perdón de sus pecados para que a nadie llegue el hedor de las aguas turbias que esconden todas las vidas.
Édith Piaf fue irrepetible en el prodigio de su voz, pero no acertó en esto de sentirse pequeña.