En un poema de Antonio Gala se escucha: “la vida es resignarse / al barro y esperar”. En la llamada sociedad del bienestar donde vivimos no debiera ser así. Hay barro, pero no podemos resignarnos a chapotear en él como ciudadanos irredentos. Dos mujeres, hermanas de 54 y 64 años se han quitado la vida en Barcelona unas horas antes de que las desahuciaran porque debían nueve mil euros de alquileres atrasados. El dueño que las denunció, vecino también del edificio, no podía adivinar las consecuencias de su presión legítima.
Pero siento esta mañana una pena extraña, de las que vienen ahogadas ya en la espumilla marfileña de una ola. Antes de decidir su muerte, cuánta desesperación acudiría a sus recuerdos, a los padres que las engendraron, al amor que les pasó de largo. La fe acudiría a ellas cerrándoles los ojos en su postrera luz equivocada.
Por nueve mil euros, entre todos, podríamos haber hecho algo para que estas dos hermanas se hubieran podido seguir asomando a su balcón, superando el barro de la indiferencia… A pesar de éstas y otras muertes por asesinos perpetradas, hay que salir del lodazal a fuerza de razones, denuncias y una mano que echar a los que tenemos olvidados creyendo que no existen.