Hoy: 23 de noviembre de 2024
Por la mañana se pone su uniforme, monta en el coche patrulla y se va de servicio como policía local por Darro (Granada), su pueblo, pero los fines de semana el agente Antonio Morillas se convierte en Toni Mori, un artista que descubrió la música a los seis años y suma ya más de 40 en los escenarios al frente de orquestas como Nueva Europa.
Es probablemente uno de los personajes más populares y queridos en buena parte de la provincia granadina porque es raro que alguien no haya bailado alguna vez en una verbena o en una boda con su música.
Cuando tenía seis años le pidió a los Reyes Magos una guitarra y sus majestades se portaron bien. «Me echaron una guitarra que no era de esas de plástico de los turroneros; era de juguete, pero era lo más parecido a una de verdad». Su fijación con la música le venía desde niño, incluso en los juegos de pandilla, en los que organizaba ‘grupos’ con instrumentos reciclados de bidones de pienso que convertían en tambores o una batería.
Un día su padre le pidió los cuadernos del colegio para ver sus deberes y comprobó que estaban llenos de dibujos de instrumentos y notas musicales, y ahí pensó que debía hacer algo para que «el niño no se desviara del camino correcto, que eran los estudios ‘de verdad’», así que lo internó en el Ave María de Granada. Se escapaba con frecuencia para irse a ensayar con otros jóvenes hasta que fue sorprendido por el rector y fue éste el que, vencido por la pasión de Toni, lo animó a matricularse en el Conservatorio Superior de Música, cosa que hizo, donde estudió solfeo, que terminó, y piano, que cursó hasta el cuarto curso.
La familia se rindió a la evidencia y acabó aceptando que Antonio fuese músico, aunque con el compromiso de tener un trabajo que le diese cierta seguridad. Al acabar bachillerato se fue al servicio militar y lo primero que hizo fue crear un grupo con el que animaban las veladas en la piscina de oficiales. De regreso al pueblo consiguió aprobar la oposición para Policía Local, que decidió compatibilizar con la música.
El agente Morillas se convirtió en Toni Mori cuando era joven y ambientaba con su voz y los teclados el hotel Alixares en la Alhambra y después un bar de copas en Guadix. El mismo dueño, Julio García de los Reyes, lo bautizó con su nombre artístico y lo contrató para sus salones sociales.
Empezó a animar bodas y fiestas de todo tipo con varios proyectos de orquestas que al final cuajaron en Nueva Europa, formada por un militar del Córdoba 10, un músico de la Banda Municipal de Huéneja, un trompetista que solía acompañar a Dyango ya Marifé de Triana, y el propio policía local de Darro.
Su popularidad creció tanto que los pueblos empezaron a contratarlo para sus fiestas. Hubo años en los que su orquesta llegó a tener cerca de 300 espectáculos dentro y fuera de Granada, más de uno al día, que era como una locura para él y su banda.
Con esa intensidad parecía normal que pasaran por peripecias de todo tipo y que las anécdotas se agolpen en este músico espigado de ojos claros, que en realidad nunca deja de ser el agente Morillas y nunca el artista verbenero.
Es lo que tiene ser el único policía del pueblo y tratar de convivir con su condición de músico vocacional, y eso explica que alguna vez haya tenido que saltar del escenario para poner orden en una pelea entre el público y, cuando se restablecía, otra vez al escenario… «Nos ha pasado de todo porque en más de 40 años son muchas verbenas, muchos pueblos y mucha gente con la que te tratas. Hasta he llegado a casar a parejas de novios».
Si había que animar, Toni sabía como hacerlo, aunque para eso tuviera que engancharse a la pluma de un camión grúa a catorce metros de altura mientras cantaba ‘Bienvenidos’, de Miguel Ríos. Un espectáculo para el público pero a sus padres casi les da algo de ver colgado a su hijo. «Siempre es mejor sorprender y atraer la atención que tener que irse del escenario porque te acribillen con tomates. Eso le pasó al grupo que tocó antes que nosotros en las fiestas de Almegíjar. Cuando vimos eso le dijimos al concejal de Fiestas que nos íbamos porque temíamos que de los tomates pasaran a las piedras, pero nos tranquilizó y mi orquesta consiguió que la gente se divirtiese».
Han sido teloneros de los principales artistas españoles que cantaban en los festejos de pueblos y ciudades cuando las verbenas eran la parte más esperada de los programas anuales, y hubo años en los que ‘torearon’ en plazas de primera y en las de ‘regional’.
Recuerda tocar ante más de 4.000 personas en Salobreña, por ejemplo, y también cuando en Pitres la orquesta tenía por escenario el pequeño remolque de un tractor que alguien no bloqueó bien y se puso en marcha en plena actuación. «Tuvimos que saltar todos y tratar de frenarlo para que no se despeñase por un barranco con los instrumentos», recuerda.
Hubo anécdotas divertidas, como en la verbena en la piscina municipal de Cabra de Santo Cristo, en Jaén, en la que acabó todo el público en el agua y ellos también, o en un pequeño pueblo de la Alpujarra en la que la fiesta se estiró hasta las diez de la mañana. «Acabamos como de costumbre sobre las seis, y nos fuimos a la discoteca a tomar algo con la gente del pueblo, pero entre copas y con el cachondeo alguien dijo que ‘no había huevos de seguir con la verbena’… ¡y la gente de Darro somos muy valientes!, así que de nuevo a montar equipos y otra vez la música. A las diez de la mañana vino el cura a pedirnos por favor que cortásemos la música que tenía que salir la procesión. Si el Santo sale por la tarde estamos allí todavía… Por cierto que fue el año que daba el pregón Nacho Cano y estaba hecho un mar de nervios detrás del escenario. Lo vi temblando y le dije que si él estaba acostumbrado a ponerse delante de miles de personas cómo le iba a asustar dar el pregón en un pueblo pequeño. ‘Pero lo hago como músico, dar un pregón es otra cosa’, contestó».
Toni Mori asegura que el espíritu más tradicional de la verbena se ha perdido. «Ahora todo es reguetón, hip hop o rap y lo peor es que se ha pedido mucho el respeto a los profesionales de la música. Tiran vasos, te insultan y tuvimos que dejar de llevar mujeres en el grupo porque algunos se pasaban mucho.
Casi echamos de menos los años en los que algún ayuntamiento te daba problemas para cobrar, cuando el escenario se ‘tragaba’ literalmente algún músico por algún hueco, que se desplomase por completo, o incluso tener que engancharnos a un trazado eléctrico de la calle porque no había ni tomas de corriente preparadas».
Detrás de una orquesta hay mucho esfuerzo. Estar en una verbena exige un día de trabajo entre desplazamientos, montar, pruebas, desmontar… y para llegar a eso muchas horas de ensayos previos en una cochera hasta sacar adelante versiones dignas de los éxitos de cada año.
Toni se sabe de memoria cerca de 600 canciones de todos los géneros y de todos los artistas, que puede interpretar en cualquier momento porque las recuerda a la perfección, algo que lo convierte en una inmensa discoteca de la música española y extranjera de los años 60 en adelante. «Alguna vez he tenido un momento de olvido, pero lo salvas sin que el público se entere improvisando la letra. Tienes que estar preparado para los imprevistos y a veces te llegan en forma de peticiones de todo tipo de enamorados, que es lo normal, o el que se atreve a pedirte que toquemos algo de Beethoven entre ‘Paquito el chocolatero’ y ‘El negro no puede’, de Georgie Dann. Y lo piden convencidos y de forma insistente. No creas que es fácil convencerlos de que no es el lugar ni el momento».
Cuarenta años de escenarios dan para mucho, incluso para meter la pata, como le pasó a uno de sus músicos, fascinado por dos chicas del público. En un descanso le pidió al camarero que las invitase y al ir pagar le cobró cuatro copas.
–¿«Cuatro? ¡Pero si son dos!
–«Dos copas de ellas y dos de sus maridos, que estaban en el lavabo y vienen por ahí», les dijo con sorna el camarero, que se las cobró. Enamorarse a primera vista y pasarse de listo tenía esos inconvenientes.
Cuando la verbena acaba y la orquesta regresa a casa, al día siguiente toca madrugar. Y como cada día Antonio Morillas sale a la calle con su coche patrulla. Un vendedor ambulante lo saluda con afecto y él le corresponde. Se conocen desde hace años, pero no le impide ofrecer su género. Hay días tranquilos, pero cada jornada en el pueblo es una aventura y el agente Morillas tendrá que enfrentarse a denuncias por malos tratos, a agresiones, disputas que tienen detrás el exceso de alcohol…
«Todo el mundo me conoce y los vecinos me respetan, incluso en otros pueblos, y siempre procuro arreglar las cosas hablando. Si veo a un joven que conduce sin precaución, le quito las llaves y se las doy a los padres, y si alguien bebido da la lata en un bar lo llevo a casa, pero a veces me he visto superado y he tenido que recurrir a la Guardia Civil o, incluso, pegar tiros al aire en el mercadillo para disolver una tremenda pelea».
Su labor como agente le ha valido la Medalla al Mérito Policial por impedir, por ejemplo, que un perturbado matase al médico, o por su trabajo como educador de un menor condenado por su conducción temeraria, que puso a su cargo el juez Calatayud. «El magistrado quería que el muchacho viese la dureza de un accidente de tráfico. Se rehabilitó y nos hicimos amigos y hace unas semanas que murió al quedar atrapado por el tractor con el que trabajaba en una finca de Francia».
No es fácil mantener el orden en un pueblo al que han llegado en los últimos años familias conflictivas de otros pueblos y de la zona Norte de la capital. Me he visto comprometido muchas veces y lo he pasado mal. Antes había más peleas, pero ahora son más peligrosas». Al menos siempre la quedará la música.