Cuando se ama de verdad no se deja un pañuelo de recuerdo, ni un tesoro siquiera; se deja, si se puede, la vida. El Corpus es la vida de Jesús que se pasea en junio por las calles de los pueblos y todo el año por las avenidas del alma.
Pentecostés fue el despojo de la apariencia para que inclinemos nuestra atención a lo interior y allí descubramos el amor luminoso de su presencia continua, que nunca será callado, sino vivencialmente comprometido.
El amor, todo amor, y con más razón el suyo, no se esconde, se reparte; no se detiene, se multiplica. Y únicamente se satisface cuando la candela alumbra los horizontes del bien y nadie pasa frío al reconocerse hijo, al sentirse hermano.
Dios en la calle bendiciendo. ¡Ay, si tuviésemos el coraje de asomarnos!