Sabida es la anécdota referida en la condecoración que el rey Alfonso XIII otorgó a don Miguel de Unamuno. Con la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio sobre el cuello, el Rector agradeció al Monarca:
-Gracias, Majestad, por tan altísima distinción, que bien merezco
El Rey, sorprendido, le respondió:
-A cuantos he concedido esta Gran Cruz consideraron que no se la merecían.
-Y tenían razón, Majestad, tenían razón.
Como la vida de los hombres se balancea entre el pedestal y la tumba, don Miguel de Unamuno fue desterrado en 1924 por el general Primo de Rivera a Fuerteventura, adonde el mar serenó sus impulsos y tuvo ocasión de armonizar sus creencias. Puede que sentado en una roca escribiera uno de los renglones de esta carta: “El paisaje es triste y desolado, pero tiene hermosura”. Al regresar el filósofo de nuevo a Salamanca dejó una sentencia que hoy colocamos en la bandeja de la circunstancia:
-El problema de España no es político, es ético.