Viendo y escuchando el Concierto de Año Nuevo con que cada 1 de enero nos gratifica la Filarmónica de Viena, dirigida este año sabiamente por el maestro Riccardo Muti, descubrí esta vez, con más intensidad que nunca, la asombrosa importancia de un Director de Orquesta.
Todos los músicos allí, conociendo perfectamente su oficio; ajustando, con inigualable perfección, su quehacer al instrumento (Muy satisfechos desde el cielo los Strauss, viendo cómo su música añadía una capa de oro a las columnas del Musikverein)… Mientras, el Director se encargaba de sacarle partido a cada nota musical dormida en los oboes, escondida en los violines o acompasada en las flautas y clarinetes. Sin él, las diferencias no podrían convertirse en armonía… Qué sosiego y cultura, qué bendición de belleza se prodiga en estos países educados, dispuestos a servir con elegancia lo mejor de sí mismos.
En España seguimos buscando la varita de marfil que organice, desde valores indelebles y músicas veraces, los desafines de tantos como desconciertan, queriendo destacar con la música desajustada de sus personalismos… Estamos lejos aún de la elegancia. Y del sentido común.