Durante décadas se creyó que los primeros humanos se hicieron fuertes cazando grandes presas. Sin embargo, nuevas investigaciones lideradas por el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) muestran otra cara de la historia. Comer carroña, los restos de animales muertos, pudo ser clave para nuestra evolución.
Los expertos destacan que la carroña requería mucho menos esfuerzo que la caza. Era un recurso disponible en momentos críticos, cuando otras fuentes de alimento escaseaban. Grandes mamíferos, al morir, ofrecían toneladas de carne que podían compartir distintas especies sin conflicto grave. Además, los humanos contaban con ventajas únicas: un estómago ácido capaz de neutralizar patógenos y la capacidad de recorrer largas distancias para encontrar alimento. Con el fuego y herramientas simples, podían cocinar, cortar pieles gruesas, romper huesos y extraer grasa y tuétano.
Este acceso fácil a la carne no solo garantizaba supervivencia, sino que también fomentaba la cooperación. El lenguaje temprano permitió organizarse y comunicarse para localizar cadáveres o incluso disputar restos con grandes depredadores. Comer carroña no era un acto marginal ni vergonzoso; era una estrategia eficiente y segura que complementaba la caza y la recolección.
Durante años, los arqueólogos debatieron si los primeros homínidos cazaban o simplemente carroñeaban. La visión tradicional veía a los humanos intentando competir con grandes depredadores. La carroña, en cambio, era considerada un recurso de bajo prestigio. Sin embargo, estudios recientes muestran que todas las especies carnívoras consumen carroña de manera regular. Los humanos no fueron la excepción.
Hoy sabemos que la carroña jugó un papel fundamental en la supervivencia y adaptación de nuestros antepasados. Los cazadores-recolectores modernos todavía recurren a esta práctica en determinadas circunstancias. Esto demuestra que no se trataba de un comportamiento primitivo o secundario, sino de una estrategia alimentaria más, perfectamente adaptada a la biología y la tecnología humana.
En definitiva, comer carroña ayudó a formar muchas de las habilidades que nos definen: cooperación, uso de herramientas, movilidad y resistencia a enfermedades. Si antes se decía que la carne nos hizo humanos, ahora también podemos afirmar que la carroña nos transformó. Esta visión abre un nuevo capítulo en la comprensión de cómo nos convertimos en la especie que somos hoy.