Seguramente, después de la multitudinaria manifestación en Cibeles para advertir al mundo, y a nosotros mismos, sobre la anormalidad que estamos sufriendo en política, nuestro Presidente de Gobierno reclamará más días para pensar si verdaderamente merece la pena no coincidir con un pueblo que desoye sus buenas intenciones de autócrata.
“Las cosas son como se principian”, escribía Santa Teresa. Y esto “principió mal” con una investidura entre socios faltos de armonía y alarmantes propósitos. Al Presidente le persiguen las manos abiertas y pedigüeñas de todos a los que ha prometido lo que no puede darle. Por más cambalaches y reveses de leyes que le acerquen juristas amigos, es imposible que pueda colar desde su gobierno más engaños a una ciudadanía que a ratos parece estar dormida pero que, cuando despierta, extrae de sus genes la fuerza de un dos de mayo.
Palestina, Milei, ley del suelo, el revés de los suyos, la esposa caritativa con las empresas pobres… Y para colmo el ministro de exteriores israelí ha ofendido a su vicepresidenta podemita llamándola “ignorante y llena de odio”. Ya han anunciado los israelíes que se proponen reconocer como países independientes a Cataluña y a Vasconia… Ya digo, señor Presidente, le van a faltar días para poner en orden tantos asombros.