El 2 de octubre de 2018, en el consulado árabe de Estambul, unos agentes mataron al periodista, incómodo para el príncipe Mohamed bin Salmán
El 2 de octubre de 2018, agentes del régimen de Mohamed bin Salmán asesinaron a Jamal Khashoggi en el interior del consulado de Arabia Saudí en Estambul. Cinco años después del crimen, este sigue impune, ya que las autoridades de Riad gozan, hoy en día, de buenas relaciones con las grandes potencias internacionales, lejos de una situación de aislamiento y de múltiples sanciones.
Un documento de la Inteligencia estadounidense, desclasificado tres años después del suceso, señala al príncipe heredero Bin Salmán como el responsable que ordenó la ejecución. Un asesinato que causó una gran crisis diplomática entre Turquía y Arabia Saudí, y que hizo que Joe Biden, durante su campaña electoral a la presidencia de EE UU, prometiera tratar al país del Golfo “como un paria” en su mandato.
Incluso, en noviembre de 2018, Bin Salmán estuvo en un margen de la foto de familia de la cumbre del G20 en Argentina. El príncipe saudí calificó como “un error” el asesinato de Khashoggi, y subrayó que creó “una reforma del sistema de seguridad” para evitar hipotéticos fallos similares. A pesar de que diversas ONG denuncian el aumento de la represión bajo su poder.
De marginado a centro de atención
Recientemente, Arabia Saudí ha recuperado su sintonía con países determinantes en la geopolítica mundial. Entre ellos, Francia, que, en julio, invitó a Bin Salmán al Elíseo, y EE UU, con Biden en la Casa Blanca.
Además, ha llegado a acuerdos trascendentales en su política exterior con sus tradicionales enemigos: Irán, Qatar e Israel. Y se ha propuesto como mediadora en la guerra de Ucrania. Y en lo que respecta a España, la compañía árabe STC ha comprado el 9,9% del capital de Telefónica.