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Cerro Muriano

Militares. | Flickr

Caía el sol sobre la tierra y las cabezas, con la desconsideración del que prende fuego a los traspiés de la vida para que no haya recuerdos. Un trece de agosto de hace muchísimos años  (fotos hay que lo demuestran) juré bandera en Cerro Muriano, con el Cetme sobre el hombro y la gorra entre sudor y candelas, después de  tres meses de instrucción  en el arte, más que de matar, de convivir. Tiempos extraordinarios aquellos en los que nunca supe si las balas en los ejercicios de tiro daban en el blanco convenido o seguían como locas buscando roces diferentes.

Agradezco aquellas disciplinas aunque no siempre los modos, los estilos de algunos capitanes  que entendían el mando como una grosería despreciable, sin tener en cuenta que no siempre se pueden estirar los esfuerzos de los reclutas hasta donde ellos estimaban conveniente. Eso ha ocurrido, supuestamente, con estos dos soldados que terminaron ahogados por la exigencia despreciable de un capitán  sin medida.

Por fin, le han quitado el mando y las estrellas que nunca deben darse a quienes no saben ejercer debidamente la autoridad. A las familias de estos chicos quién puede compensarles de tan despreciable compostura.

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