A pesar de que hasta el final de su vida Erasmo de Rótterdam fue consejero principal del cristianísimo emperador Carlos V, San Ignacio de Loyola prohibió la lectura del humanista holandés a sus hijos jesuitas porque él, después de haberlo leído, se le vino abajo la fe. Otros, temieron distraerse con su inteligencia.
En el año 74, dueño yo de más atrevimiento que de prudencia, me propusieron dar una conferencia sobre don Antonio Machado. Tuve que llevar una copia al Gobierno Civil para que aprobasen el discurso. Dieron el visto bueno y, no obstante, el día de la disertación, una pareja de guardias civiles se personó para certificar si estaba dispuesto a cumplir con lo convenido: folios en mano, se aseguraban de las coincidencias.
Con eufemismos de descarado, nuestro Presidente quiere que cumplamos ahora con algo parecido. Sin reverencia no hay permiso para escribir en medios que puedan molestar la virginidad comercial de su señora. Se le muda la color al Presidente sólo de pensar que, leyendo a periodistas libres e inteligentes, decaiga el impropio fervor que se le tiene.