Carta abierta a Consuelo Ordóñez

20 de octubre de 2024
4 minutos de lectura
Balanza de la justicia. | Fuente: Pexels

Por ALFONSO PAZOS

Y por ampliación a todas las víctimas del terrorismo y de cualquier otro delito

“El perdón no tiene nada que ver con la otra persona. El perdón sólo tiene que ver contigo. Es un acto perfectamente egoísta. Al perdonar a la otra persona no la liberas; te liberas.” -El error común- Autor/a: Lo desconozco. Esta cita la puso Joselinn Agüero en el grupo de Facebook ‘El club de los libros soñadores’, preguntando si alguien sabía el nombre del autor o autora.

Estimada Consuelo Ordóñez: No creo que lo recuerdes pero, en aquellos aciagos días de finales de enero de 1995 cuando ETA asesinó brutalmente a tu hermano, fui yo, Alfonso Pazos Fernández, junto con otros dos amigos más, cuyos nombres me callo, quienes, en mi coche particular, un Peugeot 405 blanco y matrícula de Palencia, armados con tres pistolas de mi propiedad, te dimos trasporte y escolta al cementerio de Polloe, en Donostia, y al homenaje que se celebró en una sala del hotel María Cristina, para despedir a tu hermano, devolviéndote al final del día a tu casa en el barrio de Amara.

Tampoco lo sabrás, pero compartí con tu hermano alguna que otra mañana de tiro olímpico en el campo de maniobras del ejército de Tierra en el monte Jaizkibel, así como que todavía conservo en mi poder un trofeo que él mismo me entregó.

Supongo que no sabrás y no sé si te importará que, gracias a ese acto desinteresado que llevamos a cabo en enero del 95, a petición de la dirección provincial del partido de aquel entonces, la matrícula de mi coche y mi nombre pasaron a engrosar la lista de objetivos de ETA, tal y como me informaron mis superiores.

A pesar de ello, a pesar de haber vivido durante 25 años con una pistola al cinto, mirando por encima del hombro para intentar detectar si alguien se acercaba con malas intenciones; a pesar de haber vivido 25 años comiendo, cenando o petando con los amigos con la espalda pegada a la pared y teniendo bien controlada la entrada al establecimiento, algo que tu hermano no hizo; a pesar de que mi hija Verónica creció mirando los bajos del coche para detectar si nos habían colocado una bomba, antes de aprender a montar en bicicleta o nadar; a pesar de todo ello, no estoy de acuerdo con vuestra postura con respecto a la aplicación de la ley a los presos de ETA o de cualquier otra organización terrorista o no.

No pedís justicia o respeto a los Derechos Humanos de las víctimas. Pedís Venganza. Simple y llanamente. Venganza.

Hace ya muchos años, cuando firmamos el Contrato Social, que entregamos al Estado esa potestad privada de tomarnos la justicia por nuestra mano, y por lo tanto, es el Estado el que decide como se castiga al infractor, eso sí, supuestamente tal y como demandan los ciudadanos.

No estoy de acuerdo con vuestra petición de cumplimiento “íntegro” de las condenas. Pongo “íntegro” entre comillas porque en España, hoy por hoy, las condenas se cumplen íntegramente. (Salvo para los amiguetes, que no cumplen nada de nada). Eso sí, se cumplen en sus distintas formas de cumplimiento. En Primer grado: 23 horas de celda y 1 hora en un patio individual y minúsculo. En Segundo grado: 14 o 15 horas de celda, dependiendo del presidio que te haya caído en suerte, y el resto del tiempo a desgastar patio, éste un poco más grande. En Tercer grado: que puede ir desde salidas de 2 o 3 horas para buscar trabajo, a estar en tu casa con la pulsera telemática. Y libertad condicional que, a pesar de lo que opinéis vosotros, es una forma más de cumplimiento de una condena.

Vosotros pedís el cumplimiento íntegro de la condena en una mazmorra húmeda, con un poco de paja como catre y un agujero en el suelo para hacer tus necesidades y a pan y agua.

Queréis volver al tiempo anterior a la firma del Contrato Social. Queréis venganza pura y dura. Pero os faltan “cojones”. Y como ves, también pongo esta palabra entre comillas. ¡No! No me refiero a ese colgajo que tenemos los varones entre las piernas ¡No! Valor, coraje, determinación.

Queréis venganza pero que la administre otro, que lo haga el Estado. Queréis que quien ha matado a vuestros seres queridos se pudra en la cárcel de por vida, pero que sea el Estado quien lo determine.

Si tuvierais “cojones”, ese valor, ese coraje, esa determinación, estaríais rezando para que ese asesino saliera de la cárcel pronto y esperarlo para darle un tiro en la nuca, tal y como él hizo con tu hermano. Pero queréis que eso lo haga el Estado, supuestamente como demanda de la ciudadanía.

No estoy de acuerdo con vosotros. Los Derechos Humanos de las víctimas no pasan por la humillación del ofensor. Las penas infamantes, como las marcas con hierro al rojo en la cara, pecho o espalda; el escarnio público en la picota, o el desfile con capirote, pasaron a la historia hace ya mucho tiempo.

Vosotros exigís que las vueltas al patio se den con cilicios bien apretados en muslos, vientre y polla, mientras se fustigan la espalda desnuda con un gato de siete colas. ¡No!

Las víctimas no deciden como se cumple la condena. Lo decide el Estado. Y la trasposición a la normativa patria de una norma europea es de obligado cumplimiento. Nos guste o no nos guste.

Y para terminar diré algo más que ya afirmó tajantemente Morelly en su ‘Code de la Nature’: “Terminada la pena estará prohibido a cada ciudadano hacer el mínimo reproche a la persona que la ha descontado o a sus parientes, de informar las personas que la ignoran y asimismo demostrar el mínimo desprecio por los culpables, en su presencia y ausencia, bajo la pena de sufrir el mismo castigo.”

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