La vida moderna nos arrastra con frecuencia hacia una rutina sedentaria. Pasamos horas frente a pantallas, en trabajos de oficina o en transportes pasivos. Esta inactividad, aunque al principio pase desapercibida, termina por dañar silenciosamente nuestra salud.
Caminar, una de las formas más simples de actividad física, puede marcar una gran diferencia en nuestro bienestar. Pero, ¿es suficiente con caminar o importa también la velocidad al hacerlo? Un nuevo estudio recogido por El Excelsior responde.
Un estudio reciente, publicado en el American Journal of Preventive Medicine (AJPMP), sugiere que caminar más rápido se asocia con una menor tasa de mortalidad.
Según los hallazgos, mantener un ritmo acelerado al caminar puede reducir significativamente el riesgo de muerte por todas las causas, incluidas enfermedades cardiovasculares y cáncer.
Este descubrimiento refuerza las recomendaciones actuales que promueven la actividad física de intensidad moderada como medida preventiva frente a enfermedades crónicas.
La Secretaría de Salud (SSA) destaca que caminar contribuye a prevenir numerosas enfermedades que inciden en la mortalidad. Además de ayudar en el control del peso corporal y reduce el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares o diabetes.
Los adultos deben proponerse acumular al menos 30 minutos diarios de actividad física moderada, preferiblemente todos los días de la semana. Caminar es una opción ideal por su accesibilidad, seguridad y bajo coste.
Caminar mejora la capacidad aeróbica. Al hacerlo, respiramos más profundamente y con mayor rapidez, lo que incrementa el suministro de oxígeno a la sangre.
El corazón late más rápido, impulsando una mayor cantidad de sangre a los músculos y pulmones. Esto mejora la eficiencia del sistema cardiovascular y facilita el desempeño en las tareas físicas cotidianas.
Según la SSA y el Instituto Nacional del Corazón, los Pulmones y la Sangre (NHLBI) de EE.UU, combinar actividad física con una dieta balanceada es la base de un estilo de vida saludable y activo.
Por su parte, el Departamento de Salud y Servicios Humanos (EE.UU), recomienda un mínimo de 150 minutos semanales de ejercicio aeróbico moderado, o 75 minutos de actividad vigorosa. Estas metas pueden alcanzarse distribuyendo las sesiones a lo largo de la semana.
Caminar a paso ligero, por ejemplo, 3 kilómetros en 30 minutos, entra dentro de estas recomendaciones. Mantener esta rutina puede traducirse en una mejor salud general, menor riesgo de enfermedades crónicas y una mayor expectativa de vida.
Para lograr una salud integral y sostenible, el NHLBI sugiere que el plan de entrenamiento sea equilibrado e incluya los siguientes componentes:
Cardio o resistencia: ayuda a elevar la frecuencia cardíaca y mejora la eficiencia del sistema cardiovascular. Actividades como caminar, trotar o andar en bicicleta son buenas opciones.
Entrenamiento de fuerza: fortalece músculos y huesos, y contribuye al control o pérdida de peso. Ejercicios como levantar pesas, hacer abdominales, sentadillas o dominadas cumplen esta función.
Ejercicios para el core (zona media): fortalecen músculos del abdomen, la parte baja de la espalda y la pelvis. Ejercicios como planchas, puentes, abdominales o el uso de balones de estabilidad son eficaces.
Flexibilidad y estiramiento: aumentan el rango de movimiento articular, mejoran la postura y reducen el estrés. Actividades como el yoga son recomendadas para este propósito.
Es clave comenzar con rutinas suaves y aumentar la intensidad de forma progresiva para evitar lesiones. Además, elegir actividades que resulten placenteras aumenta la probabilidad de mantener la constancia y alcanzar los objetivos de salud.