Muchas personas solo deciden cambiar su cepillo de dientes cuando las cerdas están completamente deformadas, pero para entonces ya es demasiado tarde. Con el paso de las semanas, las cerdas pierden firmeza y eficacia, lo que impide eliminar correctamente la placa y los restos de alimentos, reduciendo notablemente la calidad del cepillado.
Además del desgaste físico, otro factor importante es la acumulación de hongos y bacterias. El cepillo está en constante contacto con la humedad y los residuos bucales, lo que genera un entorno ideal para el crecimiento de microorganismos. Esto se agrava porque suele guardarse en el baño, un espacio húmedo por naturaleza. Por tanto, mantener el cepillo en buen estado no es solo una cuestión de limpieza dental, sino también de salud general.
Aunque se suele recomendar cambiar el cepillo cada tres meses, esta regla puede variar. Factores como la intensidad del cepillado, la frecuencia diaria o el tipo y calidad de las cerdas influyen directamente en su duración. Por ejemplo, quienes se cepillan con mucha fuerza o lo hacen después de cada comida deberán sustituirlo antes de las 12 semanas.
Existen también situaciones específicas en las que el cambio debe hacerse inmediatamente, incluso si el cepillo parece en buen estado. Entre ellas se incluyen haber pasado una infección viral o bucal, o haber desarrollado una caries, ya que las bacterias pueden permanecer entre las cerdas y reactivar el problema si el cepillo se sigue usando.
En cuanto a los cepillos eléctricos, las mismas reglas aplican. La mayoría de los cabezales tienen una vida útil aproximada de tres meses, aunque debe sustituirse antes si las cerdas se deforman o pierden su color original. En definitiva, observar el estado del cepillo y reemplazarlo a tiempo es clave para mantener una higiene bucal eficaz y prevenir infecciones.