El mal tiende a organizarse de forma anónima. No necesita individuos malvados, sino simplemente personas que aceptan su papel en el engranaje sin cuestionarlo.
Václav Havel
Banalidad del mal es un concepto que acuña Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén, libro en el que analiza y documenta el seguimiento de un juicio televisado de un criminal de guerra nazi por el Tribunal de Distrito de Jerusalén. Su análisis y reporte sobre el juicio muestran la perversidad de un sistema que trivializa el mal y señala la incapacidad de sus individuos para pensar sobre sus propias acciones y sus consecuencias.
Para Zygmunt Bauman, la “banalidad del mal” surge no sólo de la falta de malicia explícita, sino también de la falta de reflexión crítica y conciencia moral ante sistemas que deshumanizan y normalizan el mal. (Modernidad y Holocausto).
En el caso de Teuchitlán encontramos varios elementos de la banalidad del mal, en tanto que no hay una sociedad organizada que clama justicia, una especie de anestesia y apatía. ¿Cómo fue posible llegar hasta aquí?
Parte de la respuesta la proporciona Miguel J. Hernández Madrid, en “La banalidad del mal y el rostro contemporáneo de su ideología en una teleserie del narcotraficante Pablo Escobar”, en este ensayo escribe: “El entramado de la teleserie, llevando el melodrama a un lugar común donde los signos del ‘mal radical’ —siguiendo a Arendt— son trivializados por las imágenes espectaculares de violencia abierta contra la sociedad y el gobierno”. Es necesario detenernos en estas palabras, porque esta serie, así como las narcoseries, generan un terrible sortilegio: lo impensable se convierte en posible, lo inaceptable se convierte en visualmente posible, así, la memoria semántica de las personas comienza a aceptarlo como inevitable, como parte de la vida. No se trata de que las series inspiren conductas ni generen el crimen, se trata de que en su repetición lo hacen parte de la vida diaria, real o imaginaria. En lo real los seres humanos, en especial mexicanos y colombianos cuyos países están corroídos por el narco somos peones, víctimas colaterales siempre impotentes ante la fuerza invencible del crimen y la muerte. No importa que se trate de cientos de miles, parece que no encontrarse frente a ellos es cuestión de suerte, no hay ley ni orden que lo pueda detener.
Hernández insiste: “La banalidad del mal no se encuentra en la narrativa y la falsa pista de derivar una moraleja de la historia de Escobar (…) Es el dispositivo que vuelve triviales las formas del mal radical en las economías delincuenciales contemporáneas, en sus instrumentaciones de la violencia, en los símbolos terroristas de sus mensajes”. No hay salida posible de lo que para la mente ya es una realidad. Así, las narcoseries, como Narcos (con todas sus entregas), El Señor de los Cielos, La Reina del Sur, El documental acerca del Chapo, Escobar, El patrón del mal y la popular Breaking Bad abrieron la puerta a la banalidad del mal. Las series acostumbraron y prepararon a los horrores, a la normalización del crimen, el robo, la traición, el asesinato, anestesiando a una población que ya no sabe distinguir entre la vida real y el horror.
Lo descubierto en Teuchitlán, campos de reclutamiento forzado y posterior exterminio de jóvenes que no aceptaban sumarse a las huestes del narcotráfico, son horrores de proporciones mayores. Por si fuera poco, no es único en su tipo, se adivinan decenas de lugares de esta clase en el territorio mexicano. Según la RAE, exterminar es matar o eliminar por completo de un lugar un conjunto de seres vivos. Negar que lo sucedido en Teuchitlán es exterminio y desviar la atención hacia la palabra exterminio vs. reclutamiento forzado es banalizar el mal.
Así, en medio de todo es dolor, cuando voces claman justicia y acción del Estado aparece el intento de borrar la marca del horror. ¿Es posible borrar una marca?
¿Qué puede pasar entre las personas que llevaron esa limpieza y borramiento de evidencias que son imposibles de borrar en tanto recorrieron el mundo? ¿Qué sucede con los individuos en el Estado que ponen en entredicho el sadismo de lo que ahí sucedió? ¿Ejecutivo, fiscales federales y estatales? ¿Qué sucede con los individuos pseudoinformadores que se prestan para ir al lugar para negar el borramiento y mostrar la nada? Formar parte de un engranaje que relativiza el horror, que sólo sigue la consigna de tratar de convencer que eso no sucedió sin darse cuenta que esto relativiza la muerte, la crueldad. Personas comunes y corrientes cumpliendo cabalmente con una “consigna periodística”. Prestarse para eso es la banalidad del mal en toda su expresión.
En este caso, borrar la marca es la afirmación de que sí sucedió el hecho terrorífico en sí. No sólo se trata del horror del crimen organizado, sino de la banalidad del mal para evitar que se hable y se devuelva la dignidad de las víctimas en el reconocimiento del horror de su muerte, de sus últimas horas. Negar esa posibilidad de reconocimiento a las víctimas, a los familiares de las víctimas es de una crueldad indecible, mientras se banaliza o se niega el mal.
¿Se puede borrar? Cada individuo que permita borrar de su memoria los campos como Teuchitlán habrá caído en los mecanismos de la banalidad del mal.
Por su interés reproducimos este artículo de Ingela Camba Ludlow publicado en Excelsior.