Los signos sustituyen con frecuencia a las palabras para trasmitir mensajes o avivar presencias. A través de ellos nos comunicamos en una permanente relación callada. Si bien nada es tan verdadero como lo real, muchas señales recomponen, en alivios de memoria, lo irrepetible. Más o menos esa debió ser la intención de San Francisco de Asís cuando fabricó su primer Belén con el humus de la Umbría.
A lo largo de los siglos, para que no se nos olvidara que el nacimiento de Cristo supuso el renacer del mundo, se han ido elaborando delicadas miniaturas que nos sobrecogen. Así el Belén que trajo de Nápoles Carlos III y que se muestra en Madrid como el mejor regalo. Recuerdo otro Belén barroco muy representativo del siglo XVIII que exhiben todo el año las Descalzas de Antequera… Y tantos.
Nacer ya no se puede desde el vientre de la madre, pero sí desde el silencio creativo que hay en el vientre de la fe, donde se garantiza un crecimiento homogéneo que el mundo debe esperar como cosecha. En los belenes de las familias, aunque no lo parezca, los ríos llevan peces por dentro. Y la Estrella insiste sobre la cuna, para que nadie se pierda.