Coincido en parte con Gemma Pellicer cuando se escandaliza al recordarnos que “al mundo se le han reventado de golpe todas las costuras”. Asistimos a tantos desafíos pretendidamente intelectuales, enjugados en una libertad extraída de lo arbitrario, que terminaremos en un mareo de barco a la deriva.
Observo cómo algunos quieren ser enterrados con la bandera de sus clubes preferidos; otros, con el arcoiris LGTB o cualesquiera otros signos que sirvan para que puedan ser identificados en una lucha que, al fin, la muerte se encarga de llevar al olvido.
El ser humano es algo más que una inclinación o un seguimiento. No puede ser tan insignificante que se conforme con una identidad reconocida sólo por una asociación o el coraje de un empeño. Somos la esperanza de una casa por construir donde convivamos todos entre mármoles y valores indestructibles. Poco seríamos si no fuésemos algo más que una bandera o un lazo en la solapa de la vida… Vivir, desde esta simpleza argumentaria, daría la razón a Jean Paul Sarte: “el hombre es una pasión inútil”.