Si los gobernantes en general creyesen en las bondades de Dios, reflejadas en el ejercicio de su doctrina, y no hiciesen el payaso como Trump vistiéndose de papa… (¿qué seriedad legislativa puede esperarse de alguien así?), el río del mundo surcaría por cauces de mejor provecho y más afinada sintonía.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles leíamos el domingo que, cuando entra en conflicto la conciencia con la ley positiva, hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Los creyentes, como los demás ciudadanos, debemos ser estrictos en el cumplimiento de las leyes que coordinan el bien común de los pueblos; sólo, cuando el disparate a obedecer es fruto de una inmoralidad o una conveniencia arbitraria, el ”no” debe ser una herramienta de combate que nos defienda… Si a Hitler, en lugar de acatar “democráticamente” su locura, se hubiesen aquellos alemanes revelado, tendríamos hoy menos sangre en la memoria y más grandeza en los propósitos.
No todo lo que nos mandan es bueno ni ejecutable. En muchos casos, hay que obedecer a Dios antes que a los hombres: nadie tiene derecho a obligar a los médicos a que practiquen el aborto en contra de su conciencia. La democracia es otra cosa.
Pedro Villarejo
Efectivamente determinados gestos de los gobernantes deberían ser suficientes para definir lo que puede esperarse de ellos. Pocas luces ampara a quien osadamente cree poder ocupar un lugar que no le corresponde. Por suerte no basta un disfraz ni la pretensión para asumir importantes responsabilidades.