Bondad, belleza y verdad, los elementos que han iluminado mi vida… Lo afirmaba con rotundidad el gran científico judío nacido en Alemania que, en su trilogía existencial, tanto se parece a los hombres sencillos.
“Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno” reconocía, humedeciéndose los labios, el incomparable don Antonio Machado. En la BONDAD, como en la tierra, se abren los surcos del espíritu para que resucite, en las hambres ajenas, el reconocimiento de sus identidades.
Sin la BELLEZA no se abren los blancos que deben ser pintados. La luz exige unos ojos que sepan verla, estremecidos, para que la noche se inunde de intimidades. Sin belleza se habrían alejado las ansias de poseer el rojo y añadirlo al blanco: ¿cómo hubiese podido, entonces, pintar Monet el cuadro de sus amapolas?
La VERDAD solicita un trasiego de búsquedas corregidas para que a nadie haga daño lo que creemos haber encontrado como verdadero. Si nos acompañan las mentiras, los pájaros no vuelan y se adormece la voluntad del aire… Hasta que no cambien, los mentirosos deben permanecer en sus habitaciones.