Lo que creemos conocer de cada uno es precisamente lo que más ignoramos. Aquella tarde el sol inundaba de amarillos el cementerio, como si se hubiesen puesto de pie todos los girasoles de Van Gogh. En Veraluz ocurre igual que en pueblos de su misma anchura: que se conoce todo el mundo y, del mismo modo que también ocurre en cualquier sitio, a los más amigos se les tiene consideración en sus faltas y, a los menos amigos, se le destacan intencionadamente sus errores. Esto pasó con Jacinto Rocalli, de ascendencia italiana.
Nunca tuvo Jacinto buenas relaciones con la Iglesia ni con la mayoría de sus conciudadanos a los que trataba con desprecio. Los despreciados no podían sentirse despreciables porque muchos eran empleados de Jacinto en su matadero municipal, cedido por el ayuntamiento.
Don Ramón, el párroco que apenas si cruzó en su vida una palabra con el difunto, recomendó a la familia, en lugar de una misa de despedida, la brevedad de un responso… Se opusieron todos y el hijo mayor, con alterado tono, se dirigió al párroco con una cita evangélica: “Quien se halle limpio de pecado que tire la primera piedra”.
Pedro Villarejo