Mucha afición al servicio público ha de tener el señor presidente del Gobierno cuando insiste en quedarse para seguir haciendo el bien. Demuestra que es firme ante los devaneos ajenos, corrigiendo zafiedades, lamentándose frente a los infortunios. Mucho amor a España digo que ha de tener cuando, aun sintiendo que los demás no reconocen sus méritos, sale a las calles para ser abucheado y siente cómo sus familiares llegan a sus casas empapados.
Creo que lo más angustioso de un servidor público debe ser que pocos, ante la mayoría, sepan reconocer sus méritos y desdoblen tan buenas intenciones en perjuicios. Ha querido el señor presidente, por el bien común y la unidad de todos, amnistiar a los sediciosos de Cataluña perdonando, además, el grueso de su deuda. A los vascos dio singularidades de extrema complicidad. En Valencia se deshizo ayudando a los damnificados de la dana. Ha puesto en los diferentes ministerios a aquellos que más destacaban por su valía… y este pueblo, en general incomprensible, intenta desconcertarlo con sus silbidos. Sólo ha tenido la mala suerte de no acertar eligiendo a sus Secretarios Generales: una equivocación la tiene cualquiera.
…En este País es que no tenemos remedio.
Pero Villarejo