Soy de la opinión que Dalí fue tan buen pintor como filósofo y poeta: su ingenio verbal superaba con frecuencia los colores y así pudo dejarnos muchas pinceladas para el pensamiento. Ha trascendido que en sus últimos meses, ya postrado en el lecho, no podía hacer otra cosa más que arrugar papeles sin nada escrito en ellos, sin apenas un trazo o un desnivel de relojes caídos. Y decía: “Puede que la muerte no sea otra cosa que arrugar papeles”… Yo, sin embargo, creo que a la hora de morirse lo más acertado es alisar cuanto se pueda los papeles que hemos arrugado por tomar equivocadas decisiones.
Casarse, por ejemplo, es una de las determinaciones más importantes de la vida para lo que se requiere, aunque sea en grado medio, sensatez y cordura, nunca escapatoria.
Hay familias en España, algunas de la más alta nobleza, en la que todos están divorciados, vueltos a casar o “en pareja”. Aquellos que, tras sus separaciones y pudiendo, no vuelven a unirse legalmente es porque no se fían de sí mismos o de la persona nuevamente elegida. U, obviando la sociedad en la que viven, temen, como Dalí, pasar el resto de su vida echando a la cesta papeles arrugados.